Va media hora del show de Kraftwerk y en la pantalla literalmente gigante, como de cine, que está dispuesta detrás de los cuatro integrantes del grupo alemán, una nave espacial se acerca a la Tierra y aterriza en la puerta del Luna Park. Es un momento customizado de la proyección en 3D que acompaña cada uno de los shows de esta gira (dentro de tres días, la misma nave va a llegar al Teatro Caupolicán de Santiago de Chile). En el caso porteño podría haber tenido algunas variantes en el guión, porque atravesar la atmósfera de este lado de la Sudamérica no fue fácil para el cuarteto. Hasta hace dos semanas, la fecha estuvo suspendida porque el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no había otorgado la habilitación, con el argumento de que se trataba de una fiesta electrónica. Por decisión de la Justicia, esa medida quedó sin efecto y el concierto pudo llevarse a cabo.
Más allá de la polémica que hubo alrededor de esta presentación, ese clip del aterrizaje es una rareza, prácticamente la única muestra de interacción entre la banda y el público. En casi 50 años de carrera, estos pioneros de la electrónica no han pronunciado más que unas pocas palabras. En «The Man Machine», el tema que le da nombre al disco clásico de Kraftwerk y que hoy genera la primera ovación de la noche apenas suenan las notas de su melodía robótica, Ralf Hütter se limita a repetir «man» y «machine» muchas veces, jugando con diferentes tonos de vocoder. El ADN de la banda está ahí: en la repetición hasta el infinito de una base mecánica y minimalista, en la melodía lenta y agradable que flota sobre esa base y en las dos o tres frases que funcionan como «tags» y definen su imaginario de ciencia ficción y retrofuturismo.
Al igual que en un show de Daft Punk, es imposible saber si los integrantes de Kraftwerk están verdaderamente tocando algún instrumento. Parados detrás de un atril de contornos luminosos y vestidos con uniformes estilo Tron, se mueven de manera imperceptible. Esa aparente falta de emoción (que se condice con «The robots», quizás el tema más emblemático del grupo, en el que dicen «We are the robots»), contrasta con la manera casi futbolera en la que un Luna Park repleto corea la melodía de «The Model» al borde del pogo.
En la pantalla, el 3D está usado más «para adentro» que «para afuera». No hay efectos espectaculares ni objetos que se vienen encima, sino una sensación de profundidad que hace que uno se vaya metiendo cada vez más en el escenario. La idea de viaje está en el centro del imaginario de Kraftwerk, y de hecho las visuales de los tres temas dedicados a medios de transporte sirven como resumen de la propuesta de esta noche: en «Autobahn», una secuencia de gráficos muy básicos que recuerda a los primeros años de animación computarizada muestra a un Volkswagen escarabajo recorriendo una autopista durante diez minutos; en «Tour de France» hay imágenes de archivo en blanco y negro de la clásica carrera de bicicletas; y en «Trans-Europe Express», una serie de líneas blancas y brillantes le dan forma a un tren que avanza en medio de la oscuridad.
La lista de grandes éxitos tiene la contra de que se viene repitiendo desde hace décadas. Sin embargo, ver a Kraftwerk en vivo todavía tiene el atractivo de las piezas de museo: la belleza de su obra trasciende la época en la que fue compuesta, y quizás, tras cinco décadas, haya llegado el momento de no pedirles mucho más que eso.
Source: Musica