Los beneficios de convivir con una mascota

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En otros tiempos, la incorporación de un animal al seno familiar solía estar determinada por su potencial para defender la casa o ayudar en tareas rurales. Hoy, en cambio, la mascota ocupa un lugar muy especial en la mayoría de los hogares: sus dueños la cuidan, miman y quieren como a un integrante más del grupo familiar. La convivencia con animales ha cambiado tanto que no llama la atención escuchar a alguien referirse a su mascota con nombre propio, darle cuidados especiales y asegurarle, en el hogar, un lugar similar al de un hijo o un hermano.

El perro es la mascota por excelencia y ha desarrollado la capacidad de convivir con los humanos desde hace miles de años. Los gatos también ocupan un lugar destacado entre los animales domésticos, y con menor frecuencia los roedores (conejos, hámsters, ratas y cobayos), reptiles (tortugas, lagartos e iguanas), aves (loros, canarios) y peces.

Según los especialistas, el vínculo con animales – así como también el contacto con la naturaleza– genera experiencias emocionales satisfactorias y produce, en consecuencia, efectos orgánicos y psicológicos sumamente positivos para el desarrollo de la persona en todas las etapas de su vida.

“Durante la infancia y juventud, la convivencia con una mascota permite aprender hábitos de cuidado, tomar responsabilidades, controlar los impulsos y respetar límites. Además, es una interminable fuente de compañía y juego. Para los adultos, adultos mayores o personas deprimidas, un animal de compañía provee sentimientos de responsabilidad y atención que merman las experiencias de soledad, aumentan el intercambio social y la actividad física”, dice Mariana Ferrero, coordinadora terapéutica y psicóloga de la Fundación Jingles, organización sin fines de lucro dedicada a la asistencia en salud con la mediación de perros como facilitadores.

Entre los efectos orgánicos que produce el contacto con animales, Ferrero destaca la disposición a la actividad física y la secreción de endorfinas. Además, dice, “disminuye el ritmo cardíaco y mejora la circulación sanguínea”. Entre los psicológicos, favorece la comunicación y la socialización, aumenta la autoestima, reduce la ansiedad y el sentimiento de soledad y mejora la memoria.

Crecer con una mascota

“Convivir con una mascota tiene notorias influencias sobre el desarrollo psicoafectivo, físico e inmunológico del niño. Una mascota puede ayudar al pequeño a superar crisis de celos por la llegada de un hermano o un duelo causado por la pérdida de un familiar próximo”, asegura Marcelo Argüello, jefe del área de Pediatría de Clínica y Maternidad del Sol e integrante del Servicio de Emergencias Pediátricas del Hospital de Niños.

Desde el punto de vista físico, los chicos suelen estar más dispuestos a la actividad al aire libre, los paseos, el juego y los deportes, con todos los beneficios que esto implica para la salud.

“El contacto con animales aumenta endorfinas y disminuye hormonas que se liberan ante las situaciones de estrés. Además, se trata de una convivencia con otro ser que es real y se desarrolla un vínculo sumamente positivo en comparación con toda la oferta de esta era tecnológica que estimula la pasividad y el aislamiento”, argumenta Ferrero.

Más en duda está la denominada “teoría o hipótesis de la higiene”, que se conoció a fines de la década de 1980, de la mano del grupo de investigadores liderados por D. P. Strachan. Según explica Juan Sebastián Croce, director del Instituto de Alergia e Inmunopatología Infantil que lleva su apellido, “surgió buscando explicar por qué, aún con tanto esfuerzo por prevenir las enfermedades alérgicas, seguían aumentando su prevalencia”. Parte de la explicación sería que la exposición reducida a microbios en la infancia por el uso de vacunas y, en ocasiones exagerado, de antibióticos, podría predisponer a los niños a sufrir alergia. Por el contrario, el contacto aumentado con microbios por la presencia de hermanos y mascotas (gracias a las endotoxinas que estas generan) podría evitarlas.

“Esta teoría nos ayudó a comprender distintas aristas de las entrañas de la enfermedad alérgica, pero no logró explicar del todo por qué hay cada vez más alérgicos ni tampoco cómo hacer para prevenir de manera más eficaz”, afirma. Y advierte: “Es claro que en el paciente alérgico, el contacto con mascotas puede generar una sensibilidad alérgica más y, por tanto, convertirse en un nuevo problema. Pero no hay fundamentos suficientes como para aconsejar que se tengan mascotas en domicilios con niños con riesgo genético de alergia para prevenir. Quizás deberemos esperar aún más para ser concluyentes”.

Con respecto al desarrollo psicoafectivo, Argüello agrega: “El niño genera conductas más sociables y de mayor empatía hacia otros niños cuando ha cultivado una relación con su mascota. Desarrolla el lenguaje gestual (no hablado), se vuelve más intuitivo y responsable. En las relaciones interpersonales es confiado y seguro de sí mismo y más resiliente (tiene capacidad para sobreponerse de períodos de duelo emocional y situaciones adversas). Otro efecto relevante del vínculo es que permite al pequeño comprender definidamente los procesos de la vida, así como también los ciclos vida-muerte”.

A pesar de los beneficios que puede ocasionar la convivencia con una mascota, es importante tener en cuenta que la llegada de un animal a la casa implica una reestructuración de la dinámica familiar. Y la convivencia entre los miembros de la familia y la mascota tendrá muchos beneficios en la medida en que los adultos propongan reglas y pautas claras.

El compañero ideal

La elección del animal adecuado para el hogar depende de varios factores, como el espacio disponible, las necesidades del grupo familiar, la edad de sus integrantes y, a su vez, sus posibilidades para cuidarlo.

“No existe una mascota ideal para una familia con niños, todo depende de la forma y la responsabilidad con que domestiquemos al animal. Por eso, es importante contar con suficiente información sobre los cuidados y necesidades específicas que el animal requiere antes de adoptar o comprar”, indica la médica veterinaria Verónica Salera.

Según Ferrero, tampoco existe recomendación de edad para introducir la experiencia del vínculo con una mascota en la infancia. “Siempre resulta positivo en la medida en que se realicen las elecciones apropiadas y se tengan los cuidados pertinentes”, asegura.

Sin embargo, el perro es por excelencia el animal más elegido por el hombre. “Es un ser social que necesita tanto como nosotros del intercambio y del vínculo; el trato correcto y la educación adecuada hace de él un compañero amoroso insuperable”, coinciden.

En tanto, Salera indica que, al decidir incluir un perro en la familia, también se debe tener en cuenta el tamaño del animal, el temperamento y sus necesidades habituales de espacio, alimentación y paseo.

“Algunos cachorros son demasiado torpes hasta que se vuelven adultos y pueden con un simple salto hacer caer y lastimar tanto al adulto mayor como al niño. Por eso, a los ancianos, para quienes el perro es un gran compañero en momentos de soledad, les recomiendo adoptar perritos adultos con buen carácter”, afirma.

Por su parte, el bebé y el niño pequeño suelen realizar movimientos bruscos y a veces lastiman o golpean al animal sin querer, y luego es probable que la mascota se defienda. “Los menores de 4 años no suelen ver a las mascotas como seres vivos sino como a un juguete, similar a un peluche. Por eso, los adultos deben poner límites al trato y manejo que el niño tiene hacia el animal inculcándole respeto por su condición de ser vivo”, indican Argüello y Salera.

Con respecto al nacimiento de un bebé, los especialistas coinciden en que “no es bueno provocar la exclusión de la mascota ante su presencia”. Un perro educado y ubicado en la posición social correcta dentro de su manada humana no representa en absoluto un riesgo para el recién nacido. Al contrario, el bebé despierta en el animal instintos de cuidado, asistencia y protección, por lo que debería ser incluido y estimulado al trato cuidadoso.

“Nos acompañamos y hablamos un mismo idioma”

Raquel Samanon convive desde hace 14 años con Milagros, una caniche toy que, según cuenta, llegó para darle vida. “Con ella aprendí a soltar las cargas dolorosas, a dar y recibir, a tener gestos amorosos que enriquecen el alma”, sostiene.

La historia de Raquel junto a Milagros comenzó en una etapa muy dolorosa de su vida. “En seis meses perdí a mis seres más queridos, y de tener afectos fuertes pasé a estar completamente sola, llena de bronca y dolor. Entonces, mi ex cuñada me ofreció la compañía de una perrita, ya que la suya había tenido cría”, cuenta Raquel.

Y agrega que el día que fue a buscar a Milagros iba con la fantasía de elegir una de color blanco, pero al mismo tiempo había visto por la calle una de color gris que le había llamado mucho la atención. En el momento en que tuvo en frente a las tres perritas entre las cuales debía elegir, una blanca, una canela y una negra azabache, las dos primeros le resultaron indiferentes, pero la negra, en ese momento una miniatura que cabía en una mano, caminó por su brazo llenándola de besos. Entonces supo que esa sería su Milagros.

“Iniciamos una larga historia. Al principio no sabía qué hacer con ella porque nunca había tenido un animalito. Llegaron las vacunas, los veterinarios, la limpieza, y así nos fuimos amoldando y encontrando. Por entonces yo atravesaba una depresión y me costaba tener esperanza o alguna ilusión, forjar un proyecto”, cuenta Raquel.

Pero Milagros se encargó de sacarla de ese lugar tan triste y entre las dos armaron un vínculo fuerte y de necesidad mutua.

“Hablamos un mismo idioma, y si la miro y la escucho, ella también tiene su discurso. Nos entendemos, nos comunicamos y nos acompañamos, por eso le doy gracias a Dios por este milagro, que es mi Milagros. La primera vez que le corté el pelo para que pudiera ver mejor, descubrí que su pelo era gris, tal como yo lo había deseado”, finalizó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: La Voz

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