Intrigas, política y ambiciones, en un tribunal bajo el asedio kirchnerista

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Intrigas, política y ambiciones, en un tribunal bajo el asedio kirchnerista

Crisis en la Justicia

Vacantes, suplencias, internas y zancadillas hacen arder los despachos de la Casación, donde debe definirse qué jueces tratarán la denuncia de Nisman contra Cristina.

Los camaristas de Casación Mariano Borinsky y Alejandro Slokar, durante la jura del juez de la Corte Carlos Rosenkrantz en agosto. Foto: Pedro Lázaro Fernández.

Los camaristas de Casación Mariano Borinsky y Alejandro Slokar, durante la jura del juez de la Corte Carlos Rosenkrantz en agosto. Foto: Pedro Lázaro Fernández.


Como en un partido de fútbol cuyo tiempo se va agotando con un resultado incómodo, los jueces que integran la Cámara de Casación Penal se pasan la pelota unos a otros con la desesperación de convertir un gol antes del pitazo final. O de evitarlo. En las últimas dos semanas, los señoriales despachos del primer piso del edificio judicial de Comodoro Py acumularon tres expedientes vinculados con la denuncia del malogrado fiscal Alberto Nisman contra Cristina Kirchner y un puñado de los suyos, por el supuesto encubrimiento del peor atentado terrorista en la historia argentina.

Ya se ha escrito aquí que esa acusación –detrás de la cual crece como una sombra la incógnita sobre el disparo que acabó con la vida de Nisman– desvela a la ex Presidenta, quien puso a parir a sus operadores en los tribunales. ¿Su orden? Levantar una línea Maginot entre ella y esos expedientes judiciales, tal como vino ocurriendo hasta ahora gracias a las inestimables y oportunas firmas del juez Daniel Rafecas y de los camaristas Eduardo Freiler y Jorge Ballestero. Dos veces cada uno, todos ellos negaron que hubiera elementos siquiera para iniciar una investigación que permitiera descartar o confirmar la responsabilidad de Cristina en una maniobra para porteger a los ex funcionarios iraníes acusados por el ataque, gracias a la firma del polémico pacto con Teherán.

Pero las apelaciones a aquellas negativas, y una nueva causa por supuesta traición a la Patria que con prolijidad riega el juez Bonadio, treparon en la justicia hasta la Casación. Y ahí está la pelota ahora.

El tribunal tiene cuatro salas con tres jueces cada una, pero por jubilaciones y renuncias hoy sólo hay ocho magistrados, que se turnan para suplantar (subrogar) los puestos vacíos en cada sala. Esa primera razón es fuente de habituales tironeos y zancadillas para ocupar o escapar a esas subrogancias, según el interés –o la posibilidad– de cada juez por tener más o menos trabajo. O la oportunidad de elegirlo. Sobre ese suelo poceado, cada expediente debe luego sortear más vallas: las recusaciones (pedidos de las partes intervinientes para que un juez se aparte del caso) y excusaciones (pedidos de los propios jueces de apartarse), que deben ser aprobadas o desestimadas por sus propios compañeros. Si las aceptan, deben sortearse a los reemplazantes, siempre entre las mismas pocas caras. A veces, el dedo índice reemplaza al bolillero.

El pacto con Irán y la denuncia de Nisman detonaron ese débil equilibrio. Clarín denunció una supuesta maniobra para multiplicar excusaciones que en verdad no habrían ocurrido, mientras la quintacolumna K en el tribunal explora más vías para que las causas queden en manos de jueces militantes.

Como exije la Jefa.

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