Roger Waters y The Who se pusieron políticos y revoltosos en la Noche 3 del Desert Trip

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«Es raro que alguien como yo tenga una plataforma como esta, y la voy a usar», declaró Roger Waters ante miles de personas reunidas en Indio, California, para la última noche del primer fin de semana de Desert Trip el domingo. Era el último de los seis artistas que tocaron, todos los cuales se remontan a los 60 y la época de las canciones rebeldes. Antes de que terminara la noche, realizó conexiones vívidas entre su trabajo con Pink Floyd y la crisis política del momento.

Hubo un cerdo inflable del tamaño de un camión, flotando sobre el público durante «Pigs», con un mapa de Estados Unidos pintado en uno de sus lados con la leyenda: «Juntos estamos de pie, separados nos caemos». Del otro lado estaba la cara de Donald Trump y las palabras «ignorante», «mentiroso», «racista», «machista» y «Fuck Trump y su muro».

Durante el set anterior de The Who, Pete Townshend aludió de manera críptica a la elección presidencial, y el día antes Neil Young cantó acerca de las amenazas al medio ambiente. Waters fue más agresivo en su mensaje, e incluyó a la política como uno de los elementos más esenciales de sus interpretaciones de clásicos de Pink Floyd. Leyó un poema de protesta llamado «Why Cannot the Good Prevail», que escribió al principio de la segunda presidencia de George W. Bush, y expresó su apoyo constante a los palestinos en el conflicto de varias décadas con Israel. Llevó a un coro de niños con remeras negras que decían «Derriba el muro», en español, durante «Another Brick in the Wall (Part 2)».

Leave them kids alone

Un vídeo publicado por Desert Trip (@deserttripindio) el 10 de Oct de 2016 a la(s) 1:09 PDT

Pero la música de Waters no se volvió abiertamente política sino hasta más adelante en su carrera, empezando con The Final Cut, el último disco de Pink Floyd, de 1983. Antes, sus preocupaciones habían sido mayormente la locura y la deshumanización del costado personal. El set del domingo incluyó mucha imaginería clásica de Floyd, como un paisaje lunar en la enorme pantalla del escenario, y efectos sonoros familiares de grabaciones de Pink Floyd que emergían de a poco de los parlantes del lugar, como si se tratara de un viejo estéreo cuadrafónico de los sesenta o los setenta.

La música empezó con «Speak to Me» y «Breathless», las primeras canciones de The Dark Side of the Moon, de 1973, que sigue siendo uno de los discos más vendidos de la historia. Del mismo disco estuvo «Time», elegante y moderna, pero con una melodía clásica en medio de mensajes oscuros: «Con poco aire. un día más cerca de la muerte».

De The Wall, Waters rasgueó una guitarra acústica y cantó «Mother», en la que el público aclamó las palabras: «Madre, ¿debo candidatearme a presidente?», y aún más la frase: «Madre, ¿debo confiar en el gobierno?». Lucius, el talentoso dúo de cantantes, fue convocado para cantar la voz de «Mother», dulces, emotivas y contenidas.

Más temprano, The Who ofreció un set más alegre. «Bueno, aquí estamos», anunció Pete Townshend con mordacidad cuando la banda subió al escenario el domingo, el día del cumpleaños de su fallecido bajista, John Entwistle, quien murió en 2002. Con una larga historia de momentos definitorios para su carrera en eventos como el Monterey Pop Festival o Woodstock, o el Concert for New York después de los ataques del 9/11, expresó un afecto especial por los fans más jóvenes frente a él en el lugar en el desierto del Sur de California.

«Ustedes, los más jóvenes, nos encanta que vengan a vernos», dijo. «Debe estar difícil para los más viejos. ¿Por qué no les dan una silla o algo, para que se puedan sentar y descansar?»

The Who no descansó para nada en un set que se concentró en sus rocks más musculosos de las primeras décadas. «I Can See for Miles» fue un hard rock melodioso, en el que los riffs de Townshend adquieren cada vez más tensión, y la batería siempre empuja hacia adelante, rompiendo tímpanos desde hace 50 años. El guitarrista se agachaba mientras tocaba los acordes de «My Generation».

«Nosotros éramos una versión de Adele o Lady Gaga o Justin Bieber pero de 1967», dijo Townshend, recordando en broma cuán de moda estuvieron en algún momento, y añadió: «En realidad éramos una banda de depravados».

The Who fue siempre una banda excepcionalmente física, en la que Daltrey gemía en el frente y Townshend saltaba golpeando su guitarra. Pocos músicos de más de 70 años pueden mantener esa presencia física, pero The Who sigue siendo una fuerza musical vibrante por otras razones. Como los otros grupos del Desert Trip, la fuerza de The Who siempre fueron sus ideas y actitudes, tanto como su espectáculo de juvenilismo.

Daltrey rearregló algunas voces, cuyos arreglos originales eran sobrehumanos, para acomodarlas a su rango, que ahora es más el de un bluesero improvisando que el de un joven que grita. Y, a los 71 años, Townshend parecía una versión más experimentada de ese hooligan literario de los 60.

«Buena suerte con las elecciones, muchachos», bromeó Townshend a su público americano, sin ningún otro comentario.

Daltrey y Townshend estuvieron acompañados por una banda de siete músicos, incluyendo a Zak Starkey, el baterista, nacido el año que salió «My Generation», en 1965, y el guitarrista Simon Townshend, hermano de Pete. Promediando el show, Pete contó que su hermano menor fue al estreno de Tommy en el Royal Albert Hall en 1968, y esa noche lo cuidó un desconocido David Bowie.

La banda tocó una seguidilla de canciones de Quadrophenia, la ópera-rock, empezando con «I’m One», con voces de Townshend, que cerró con la plegaria desafiante de: «¿Por qué debería importarme? ¿Por qué debería importarme?», y el personaje de la canción, Jimmy, enojado y meditabundo. El recital siguió con «The Rock», el instrumental de aquel disco, con guitarra, piano, y una base ansiosa, que Daltrey presentó como: «Esto es tan bueno como cualquier pieza de música contemporánea».

De los ochenta tocaron «Eminence Fort», que mezcla un riff de funk dinámico con cascadas de música electrónica, pero sonó como una épica de guitarras, al igual que cualquier otro tema de su catálogo, con Townshend lanzando arreglos con espasmos.

El set de los Who terminó como lo han hecho tradicionalmente durante años, con «Baba O’Riley» y «Won’t Get Fooled Again» (ambas de Who’s Next, de 1971), himnos eufóricos de rebeldía, escape y una historia que se repite. En estos momentos finales, Townshend enfatizó la ira contenida, la frustración y el «baldío adolescente» de los que habla en sus letras, desplazándose sobre el escenario de rodillas. No fue tan elegante como las viejas imágenes de la banda, pero Daltrey parecía satisfecho. Algunas costumbres nunca se pierden.

Steve Appleford


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