Cómo dejar de ser hijos: el desafío de los herederos del rock nacional

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«No quiero volver a hacer de mi hijo un Luis Alberto. Nosotros somos los Luis Alberto que nuestros viejos no nos hubiesen permitido ser», decía Spinetta sobre el pequeño Dante en 1988, cuando hablaba de su debut como compositor en Tester de violencia con el tema «El mono tremendo», y explicaba la encrucijada personal ante la inminente llegada de su hijo de 12 años al rock: «En cierta manera estoy dividido entre el padre y el tipo que entiende ese mundo que, por otro lado, es el que también yo he creado para él». Poco después, Illya Kuryaki and The Valderramas daría los primeros pasos de una carrera que marcó la historia del rock nacional, y Dante cumpliría con dos retos: proponer la novedad que se espera de un recambio generacional y sostener el legado que viene con su enorme apellido, una voluntad que se siente aún más reforzada en él después de la muerte del Flaco.

Los hijos de los rockeros de la vuelta de la democracia hoy salen de su adolescencia buscando un espacio para ellos, con la ventaja de haber crecido entre instrumentos, giras, estudios de grabación e invaluables estímulos. Qué hacer con esa plataforma heredada es lo que no les viene resuelto y el desafío que definirá su voz artística.

Gustavo Cerati solía hablar en entrevistas de la precocidad con la que su hijo Benito hacía música desde bien chico y también de cómo le escribió un remate, que luego sería devastadoramente pertinente: «Decir adiós es crecer». Quizá por cierto parecido físico, el primogénito del cantante de Soda Stereo carga con un halo casi totémico. Como si se buscara que su presencia invoque la figura que al inconsciente colectivo del rock más le cuesta dejar ir. En el electro rock climático de Trip Tour, el debut de 2013 de su proyecto Zero Kill (producido por Tweety González), se encuentra a Cerati padre, sobre todo en las texturas sintéticas y los trances electrónicos que remiten al período más experimental de su discografía solista, Siempre es hoy, el disco favorito de Benito. Sin embargo, basta con presenciar su show para ver que avanza a su propio ritmo.

También clase 93, Daland Gutiérrez de La Armada Cósmica no se toma a bien cuando en las entrevistas aparecen preguntas sobre su papá, Juanse. Más allá de su cuerpo espigado, su genética stone y algunas referencias en chiste en sus letras, en Budapest, el muy buen debut de su banda, intenta aludir a otras influencias, más cercanas al brit-pop y el grunge. Casi involuntariamente, en esta relación carnal pero ingeniosa con sus propias obsesiones, el desafiante Daland -que se tiñe el pelo, se queda en bolas en un concierto y se tira al público- hace evidente la marca de su padre. Hoy declara a La Armada como un proyecto terminado, mientras avanza con Kids, una banda con canciones en inglés que armó en Londres -donde trabajó como modelo- y que cuando toca acá lleva junto al nombre un «UK» entre paréntesis.

Rastros de hard-rock un poco más diluidos (The Dead Weather, Queens of the Stone Age) pueden encontrarse en la música de Simón Bosio, hijo de Zeta, que acaba de terminar con su grupo Armant. Antes, compartió escenario en el último Cosquín Rock con Huevo, la banda de Julián Baglietto, y con dos de nuestros personajes de tapa de este mes. Porque así como los Cadillacs se permiten ir y volver sin dejar abandonados sus proyectos solistas, Florián Fernández Capello y Astor Cianciarulo mantienen la actividad de sus bandas de amigos. Mientras hace el trabajo pesado de guitarras en la actual encarnación de LFC, el hijo de Vicentico y Valeria Bertuccelli toca con Callate Mark, un grupo que cita desde The Jam hasta The Strokes. Cianciarulo hijo -que ahora completa el tándem de batería con Fernando Ricciardi en los Cadillacs- sigue tocando el bajo y cantando en Visión, su power trío de funk. El proyecto familiar tiene algo del doble filo de su particular posición, en la que deben vivir bajo la comparación inevitable mientras se buscan a sí mismos en el ensayo y el error. Sí, su camino es de indudable privilegio, pero pasa bajo una larga sombra. Y despierta una expectativa genuina descubrir cómo marcharán en ese recorrido.

Por Gabriel Orqueda


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