Por más kirchnerismo, transversalidad o década ganada, es en el peronismo donde se dirimirá la guerra por la sucesión, o sea, en ese poder permanente que Néstor y Cristina hubieran querido barrer de la faz de la tierra, pero con el que siempre tuvieron que negociar para poder hacerse del poder y gobernar con la discrecionalidad que los peronistas le otorgan al que gana.
El peronismo no tiene una receta para dirimir el problema más importante que tiene el poder en todo tiempo y lugar, como es la regla de sucesión. O sí tiene una, inventada por el fundador, que postulaba que el único heredero era el pueblo. O sea nadie. Perón no era, estrictamente, un hombre de la democracia. No quería que nadie lo sucediera. Todo su armado político fue pensado para gobernar por siempre. Y cuando finalmente tuvo que irse, dedicó su vida a impedir que cualquier opción política se consolidara.
En su primer gobierno, Perón dinamitó al coronel Domingo Mercante como posible sucesor, a pesar de que lo seguía en popularidad y había dado innumerables muestras de lealtad, acompañándolo en la fundación del GOU, en la convocatoria obrera para el 17 de octubre e incluso sucediéndolo en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Aceptó a regañadientes que fuera gobernador de la provincia de Buenos Aires, pero al otro día de asumir buscó deslegitimarlo de todos los modos posibles. Hasta -perversamente- lo obligó a presidir la asamblea constituyente en 1949, donde se enterraron las aspiraciones de Mercante a sucederlo. Y cuando terminó su mandato de 6 años, zafó por poco de la cárcel, aunque no pudieron decir lo mismo buena parte de su gabinete, incluso su propio hermano, duramente torturado por la policía del régimen.
En el exilio, Perón logró desestabilizar todas las opciones que intentaron gobernar la Argentina, en alianza con él (Frondizi), sin alianza con él (Illia), en reemplazo de él (Vandor). Al volver, puso a un títere (Cámpora). Al morir, a su esposa.
CRISTINA NO SABE, NO PUEDE O NO QUIERE DISEÑAR UN ESQUEMA DE SUCESIÓN
Carlos Menem tampoco aceptó diseñar una sucesión racional en el peronismo. Con una hábil maniobra, Eduardo Duhalde se impuso como candidato a presidente del PJ, pero el menemismo trabajó para que gane Fernando De la Rúa, aspirando a que Menem se convirtiera en el líder del peronismo en la oposición. Al perder, perdió también su capacidad de conducir al peronismo. Y al poco tiempo fue preso. Pero el peronismo real, el permanente, se resistió a quedar fuera del poder, y logró que Carlos Ruckauf fuera elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires, aunque la presidencial fue ganada por la Alianza.
Algo parecido vive el peronismo en estos tiempos. Cristina no sabe, no puede o no quiere diseñar un esquema de sucesión. Está gobernando y no tolera ver cómo, más o menos tímidamente, muchos de los hombres y mujeres que hasta hace poco le juraban lealtad eterna, empiezan a analizar sus chances de futuro, ansiosos por seguir siendo parte del poder, aunque ella tenga que abandonarlo.
En todos los ministerios, en todas las Cámaras, en las oficinas más importantes y en las más recónditas de la administración pública, cada día hay quienes otean el horizonte, buscando pistas para conocer lo que vendrá, paracolocarse en la senda del que puede ganar. Pero Cristina no está preparada para ser un «pato rengo» y va a pelear hasta último momento por mantener la iniciativa, aunque ya no la tenga.
Se hizo visible en la guerra de declaraciones que lanzó en los últimos días contra Daniel Scioli, el candidato oficialista mejor posicionado en las encuestas, el único con el que el peronismo tiene alguna chance de ganar, ya que existe la posibilidad de que pueda recolectar votos no kirchneristas.
No sólo eso. Furiosa por la capacidad del gobernador bonaerense de hacer campaña sin hablar de política, ella misma mandó a Javier Grosman a diseñar un «plan verano», llevando Tecnópolis a todos las ciudades vacacionales del país, con una inversión presupuestaria que no se quiso dar a conocer, pero que se puede suponer que serán varias fiestas del Bicentenario sumadas.
PARA EL PERONISMO NADA ES MÁS URGENTE QUE SABER SI CRISTINA PREFIERE PERDER LAS ELECCIONE
Entre dinosaurios, stand-ups, shows, ferias y bailes, Cristina podrá exhibirse en lo que ella cree es su mejor faceta, o sea, la de la alegría nacional y popular, rodeada por los pibes para la liberación que vivan la memoria de Néstor y la colocan en el lugar en el que pretende continuar cuando otro sea el gobierno de los argentinos: como una jefa espiritual de la juventud y una generosa protectora de los más necesitados.
Antes el peronismo dirimía su guerra a los tiros. Ahora parece que lo hará a través de festivales veraniegos. Hay que reconocer que se trata de una evolución. Claro que podrían dedicar los esfuerzos presupuestarios a resolver otros problemas más urgentes de la población. Pero para el peronismo nada es más urgente que saber si Cristina prefiere perder las elecciones, como Menem en 1999, o no.
Las opiniones están divididas.
Juan «Chueco» Mazzón, el más eficiente armador del peronismo que resiste a cualquier cosa, menos a la derrota, está convencido de que sí. Tuvo a fines del año pasado una conversación con la Presidenta y salió con la convicción de que buscaba la victoria de Mauricio Macri, ilusionada con un regreso triunfal en el 2019. Durante el viaje en auto a su oficina, Mazzón se decidió a trabajar para Daniel Scioli, porque «los peronistas sólo respetan al que gana» y nadie va a esperar cuatro años para recibir instrucciones.
Florencio Randazzo, en cambio, piensa lo contrario. «Cristina es ultracompetitiva, quiere ganar siempre, y ahora también», dicen cerca de él. Incluso más. Parece que el Ministro de Transporte cree que la Presidenta «se subirá a Tecnópolis con él» y, aunque no diga «este es mi candidato», quedará claro para todos que el kirchnerismo tendrá que votar por él en las PASO.
Diego Bossio, el titular del ANSES, un K de excelentes relaciones con el peronismo permanente, también cree que Cristina quiere ganar en el 2015, aunque no tiene idea si expresará o no su verdadero deseo acerca de cuál será su preferido. Por las dudas, él ya manifestó sus aspiraciones a gobernar la provincia de Buenos Aires y sorteó con éxito una hábil operación de Scioli, que mandó a las redacciones una foto casual de ambos en el lobby de un hotel marplatense en el día en que arreciaba fuego kirchnerista sobre territorio naranja. Aunque en Scioli nada es casual (hace años que vive con un camarógrafo y un fotógrafo a su lado), por lo menos en Olivos a Bossio no se lo comieron crudo, como temió.
Otros peronistas, empiezan a buscar nuevas costas. Es el caso del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, que anunció en su gabinete que tomó la decisión de «trabajar para afianzar nuestro proyecto provincial y acompañar a Sergio Massa a nivel nacional» y dio libertad de acción para que renuncien los que no compartan el rumbo de alejarse del kirchnerismo y recalar en el massismo.
Algo similar se rumorea en San Juan, donde el gobernador José Luis Gioja estaría dispuesto a anunciar su pase al massismo si continúa la vocación de Cristina de esmerilar a Scioli. «Si quiere que el próximo presidente sea Macri, allá ella. Yo quiero un presidente peronista», es lo que dijo en su gabinete.
NO EXISTE NINGÚN TIPO DE POSIBILIDAD DE GANAR LA ELECCIÓN CON MENSAJE KIRCHNERISTA PURO
Fuera del peronismo, hay quienes creen que la guerra Cristina vs. Scioli es inventada, otro truco para acaparar toda la atención que en la opinión pública existe para la política y evitar, así, el posicionamiento de los candidatos opositores.
Los sciolistas estarían encantados de que así fuera. «Lamentablemente hay compañeros que nos tiran de todo cada tanto, pero no porque quieran, sino porque Cristina se los pide», dice un hombre que hace temporada en Mar del Plata, como corresponde a su condición naranja. Y agrega: «Lo distintivo es que ahora, muchos de los que nos insultan por los medios, después nos mandan mensajes como pidiéndonos disculpas. Eso antes no pasaba».
Como sea, todos reconocen las dificultades que tendrá cualquier candidato oficialista para imponerse en las elecciones. El piso que tienen es alto, pero el techo está muy cerca de ese piso. No hay demasiados nuevos electores que el oficialismo pueda captar, ni en los grandes centros urbanos (donde el kirchnerismo perdió la batalla cultural), ni en el interior (con economías regionales muy dañadas), porque la necesidad de cambio se impone abrumadamente sobre la continuidad. No existe ningún tipo de posibilidad de ganar la elección con mensaje kirchnerista puro. Podrían ganar si fueran con sus cañas a pescar en agua enemiga, pero se paga el costo enfurecer a Cristina. Es el dilema del peronismo gobernante.
De todos modos, tampoco hay mucho espacio para devaneos. El cronograma electoral es exigente y eso lo saben los principales candidatos. Hasta el 9 de agosto, la fecha para votar en las PASO nacionales, quedan apenas 7 meses. Las primarias son cruciales, porque allí quedará delineado el candidato opositor que saque más votos, y sobre el que presumiblemente se vuelque el voto opositor en la primera vuelta, en octubre.
Antes, el 20 de junio, poco más de 5 meses, se deben oficializar las listas. Casi no hay tiempo de instalar nuevos candidatos, ni de descontar diferencias. En un abrir y un cerrar de ojos se sabrá quiénes tendrán chances de gobernar la Argentina a partir del 10 de diciembre de 2015. Hasta entonces, por supuesto, viviremos bajo el inevitable fuego de la guerra peronista. Sólo esperamos que sea lo más civilizada posible.