Sobre Trump, el otro Roosevelt y John Wayne cabalgando

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Sobre Trump, el otro Roosevelt y John Wayne cabalgando

PANORAMA INTERNACIONAL

El gabinete que construye el presidente electo desmiente que se moderaría en tanto se acercara a la Casa Blanca. Hay una forma de entender al mundo en ese elenco, y quizá no sea la mejor de todas

John Wayne en cera en el salón de la fama de Hollywood- AFP

John Wayne en cera en el salón de la fama de Hollywood- AFP


  • Marcelo Cantelmi
  • Editor Jefe sección El Mundo

  • @tatacantelmi

    mcantelmi@clarin.com

El célebre teorema del radical Raúl Baglini sostiene que el grado de responsabilidad de las promesas de campaña y de su cumplimiento es inversamente proporcional a la distancia que media al poder. Cuanto más cerca, mayor cautela y, digamos con generosidad, sensatez. La versión norteamericana de ese enunciado es más breve e incluye una ligera clave de advertencia. Sostiene que el mundo siempre se verá muy diferente desde los ventanales del lado de adentro del Salón Oval.

John Kelly con Trump. El general que encabezara el ministerio de Homeland, una estructura de vigilancia interna. AFP

En el caso de Donald Trump estas nociones, sin embargo, se alteran. Quienes suponían que el magnate era uno en campaña y otro cuando alcanzara el comando, pueden notar en la construcción de su gabinete que había mucho más que palabras en sus planteos. La multiplicación de jefes militares, marines además, en puestos claves desde el Pentágono hasta Seguridad Interior, el Homeland, anticipa un modo de entender las cosas y el mundo y sus relaciones con un criterio que cabe en cualquier análisis ominoso de futuro. No es debido solo al carácter castrense de estos funcionarios. Al fin de cuentas los militares cumplen órdenes. Pero su presencia es más que simbólica. Y resume una visión que llevó estos días a Barack Obama a recordar que el poder nace del derecho y no al revés. El aviso alertaba sobre la tentación del derecho natural, el del más fuerte, que entretuvo las ideas de otro reciente ex mandatario norteamericano fallido, George W. Bush, creador de un abismo con costos que aún no se han saldado.

La panoplia de este inesperado desfile incluye, hasta ahora, al general James Mattis, un líder con experiencia en batalla y prestigio de ilustración pero a quien Trump prefiere llamar por su apodo de “perro rabioso” y coronó al frente del Pentágono; el general John Kelly, un especialista en Latinoamérica a quien entregó el intrusivo ministerio de Homeland, y el general Michael Flynn, un admirador de Vladimir Putin, quien quedó a cargo del Consejo de Seguridad Nacional, el área que vincula la política exterior con la de seguridad. Además del uniforme, esta pequeña tropa comparte la visión de un EE.UU. intervencionista y un desprecio acerado a los acuerdos nucleares que pactó Obama con Irán.

Kelly, el primer militar que ocupa el Homeland, un ministerio de vigilancia interna creado por Bush en su vidriosa guerra contra el terrorismo, pretende elevar esa vara. Sostiene que “la defensa de la patria no comienza en la primera yarda de nuestra frontera sur, sino que va mucho más allá, a través del hemisferio”. Mattis también tiene su récord: es el primer general que llega al Pentágono desde el proverbial George Marshall, el del Plan Marshall. Hay otro marine en el elenco, el general John Dunford al frente del Estado Mayor Conjunto. Por si algo faltaba las versiones insisten que Trump se inclinaría por David Petraeus, general que dirigió el sistema de inteligencia y comandó las fuerzas de EE.UU. en Afganistán e Irak, para la cancillería, es decir la diplomacia norteamericana.

¿Cómo aliviar la sospecha de que ese armado tiene el propósito de unir la fuerza de los cañones afuera donde crece una multipolaridad desafiante, y la restricción de las libertades individuales adentro, donde se multiplican las tensiones sociales? El presupuesto de Defensa que acaba de aprobar el Senado con mayoría republicana no reduce esa preocupación. Suma US$ 618 mil millones por encima de lo que pedía Obama y aumenta los sueldos de los militares una media de 2,1%, más que el 1,6% propuesto por la Casa Blanca.

Trump con su ministro de Defensa, el general  James Mattis . AP

La única excepción que parece operar sobre el teorema de proporciones de Baglini ha sido la cartera de Economía, que fue a dar a un ex ejecutivo de Goldman Sachs, Steven Mnuchin. Trump había cargado en la campaña contra los mercados y amenazado con “limpiar el pantano”, en una alusión despectiva hacia la comunidad financiera de Wall Street a la que sus votantes culpan de las actuales estrecheces. Mnuchin no llega para eso. Es un hombre del riñón profundo del establishment y ha sido parte de los negocios más opacos de esta era incluso los que llevaron a la crisis de 2008. Como dijo con impotencia y algo de humor el senador demócrata Sherrod Brown, jefe del Comité Bancario de la cámara “esto no es limpiar el pantano, es llenarlo de caimanes”.

La actitud crítica contra los mercados por parte de Trump es una de las razones que alimentó la falsa idea de que era un antisistema o un outsider. Trump es parte del establishment. Solo que esa superestructura no es monolítica. La cruzan corrientes y tendencias y rivalidades profundas que a veces se enfrentan. Este peculiar republicano representa a una parte de ese conglomerado corporativo al cual esta satisfaciendo con las controvertidas figuras que designa en el gabinete. Este sector entiende que el país está en condiciones de recuperar su antigua tasa de acumulación y el lugar hegemónico global y eso a cualquier costo, incluso del daño medio ambiental. De ahí el nombramiento de Scott Pruitt, un negacionista tenaz del cambio climático, en la agencia que debería combatirlo.

El general Michael Flynn, un duro pro ruso y crítico de Irán. El nuevo Asesor de Seguridad Nacional.

De ese tinglado primario cuelgan las ideas de obligar a las empresas norteamericanas radicadas en el exterior, sobre todo en Asia, a regresar a EE.UU. para generar empleos pero con salarios “competitivos” que hagan tentador ese retorno. Coherente, el futuro ministro de Trabajo, Andrew Puzder es tanto un crítico del aumento del sueldo mínimo como de la inversión en la protección sanitaria de los trabajadores o en la calidad laboral. El Homeland, a cargo del general Kelly, deberá atender el posible disgusto social que generen esas prácticas. En el plan general, también, está la propuesta de subsidiar la economía propia y alambrarla con aranceles a la producción extranjera como era usual en los orígenes del imperio británico. Esta ofensiva anuncia roces con la segunda potencia economía mundial, China, el mayor acreedor de EE.UU. y a la cual Trump dedicó en estas horas otro duro discurso. Pero también anticipa un probable divorcio con el liderazgo ruso con el cual el magnate ha tendido puentes que se adivinan frágiles, atento a la contradicción de intereses entre Moscú y Washington en Oriente Medio, particularmente por la cuestión iraní y la posguerra en Siria.

Si Obama pretendió ser el Franklin Delano Roosevelt de esta era con su propia versión de un “new deal”, Trump recuerda más a otro Roosevelt presidente, Teddy. En 1904 con sus corolarios reescribió la doctrina de América para los Americanos de Monroe, enarbolando el “gran garrote” en clave coercitiva de cualquier relacionamiento. Algo así como el regreso de John Wayne montado en su caballo o sobre un tanque abrazado a la bandera norteamericana; símbolo, como debe ser, de que el imperio esta de vuelta.
​Copyright Clarín, 2016.


Source: Internacionales

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