Jen Senko cree que a su padre le lavaron el cerebro. Como dice Senko, una directora de cine de Nueva York, su padre era un «demócrata apolítico». Pero después se pasó a un trabajo nuevo que requería manejar muchas horas y empezó a escuchar al conductor radial conservador Bob Drive durante el viaje. Eventualmente terminó encerrándose tres horas por día en la cocina de su casa familiar, inyectándose Rush Limbaugh y, durante las propagandas, Fox News.
«Me hizo acordar a la película Los usurpadores de cuerpos», dice Senko. «Antes le gustaba hablar con gente diferente para tratar de aprender sus idiomas, pero después se volvió alguien enojado con los inmigrantes ilegales que llegan al país, que se roban los trabajos de los estadounidenses, y empezó a decir que el inglés se estaba volviendo una lengua secundaria.»
Senko no está sola. Una profesora de secundaria californiana dice que su matrimonio se desmoronó luego de que su marido empezara a mirar Fox News y a gritar acerca de los planes del gobierno para llevarse sus armas y su libertad. Y también pasa entre los progresistas: mi amiga Phoebe tuvo que retirar físicamente a su mamá, a quien describe como una «adicta a las noticias de Sam Seder», de ciertas funciones familiares por gritarles a sus parientes acerca del «lugar oscuro» hacia el que se dirige Estados Unidos.
«Todas estas emociones, especialmente el miedo, llevan a la gente a un estado de alarma, y se ponen furiosos y radicales acerca de sus creencias», dice Senko. «Es como una enfermedad que afecta a millones de personas en este país.»
Si el ciclo electoral estadounidense de este año fuera un espejo, entonces estaría reflejando a una sociedad ahogada por el miedo. No son sólo amenazas de terrorismo, colapso económico, guerra cibernética y corrupción política -según la Encuesta de Miedos Americanos de la Universidad Chapman, el 70 por ciento de la ciudadanía teme por cada uno de estos temas-. Es lo que se jugó en la elección en sí misma, con Hillary Clinton conjurando, en el debate de octubre, imágenes de un Donald Trump furioso, con el dedo puesto en los códigos nucleares, mientras Trump advertía que «no vamos a tener un país» si las cosas no cambian.
Mientras tanto, el electorado estuvo proporcionalmente aterrado por sus potenciales líderes. Según una encuesta de septiembre de Associated Press, el 56 por ciento de los norteamericanos sentían miedo de que Trump ganara la elección, y un 43 por ciento dijo que les aterraría que ganara Clinton -el 18 por ciento de los encuestados dijo que les daba miedo la victoria de cualquiera de los dos candidatos-.
La retórica de Trump sólo sirvió para avivar las llamas: «Están trayendo drogas. Están trayendo crímenes. Son violadores». «No para de ponerse peor.» «Caminás por la calle y te matan.» Construyamos un muro. Prohibamos a los musulmanes. Obama fundó ISIS. Hillary es el diablo. Muerte, destrucción, violencia, pobreza, debilidad. Y sólo yo puedo hacer que Estados Unidos vuelva a ser un lugar seguro.
¿Pero cuán inseguro es Estados Unidos ahora? Según Barry Glassner, presidente del Lewis & Clark College, uno de los sociólogos más prominentes del país, autor de The Culture of Fear: «La mayoría de los estadounidenses vive en el lugar más seguro, en la época más segura del planeta».
Alrededor del mundo, la riqueza familiar, la longevidad y la educación están en alza, mientras el crimen violento y la pobreza extrema están en baja. En Estados Unidos, la esperanza de vida es más alta que nunca, nuestro aire está más limpio que en los últimos diez años, y más allá de una ligera alza el año pasado, el crimen violento ha venido bajando desde 1991. Tal como informó The Atlantic, 2015 fue «el mejor año en la historia para el ser humano promedio».
¿Cómo es entonces posible estar viviendo en la época más segura de la historia de la humanidad y al mismo tiempo estar tan asustados?
Puesto que, según Glassner, «vivimos en la época en la que más se ha fomentado el miedo en la historia de la humanidad. Y la principal razón para esto es que hay mucho poder y mucho dinero disponible para individuos y organizaciones que pueden perpetuar estos miedos».
Para los medios masivos, las compañías de seguros, Big Pharma, grupos de presión, abogados, políticos y tantos otros, tu miedo vale miles de millones. Y por suerte para ellos, tu miedo también es muy fácil de manipular. Estamos hechos para reaccionar al miedo más que a cualquier otra cosa. Si perdemos una oportunidad para lograr abundancia, la vida continúa; si perdemos una importante señal de miedo, no.
«Cuanto más aprendemos sobre el cerebro, más descubrimos que no es algo que tenga que hacerte feliz todo el tiempo», dice Andrew Humberman, un profesor de neurobiología de Stanford que dirige un laboratorio que estudia el miedo. «Es sobre todo una máquina que reacciona al estrés. Su trabajo principal es mantenernos vivos, razón por la cual es tan fácil hacer que la gente tenga miedo todo el tiempo.»
En otras palabras, nuestra biología y nuestra psicología están tan falladas y son tan susceptibles a la corrupción como los sistemas y políticos de los cuales tenemos tanto miedo. En particular, a la hora de evaluar riesgos futuros, podemos ser presa de un montón de distorsiones cognitivas y reacciones emocionales excesivas.
Muchos creen que la amígdala, una región pequeña con forma de almendra en medio de cada uno de los hemisferios del cerebro, aloja nuestras respuestas emocionales, específicamente el miedo. El autor Daniel Goleman acuñó el término «apropiación de la amígdala» para describir aquello para lo que están diseñadas la retórica y las imágenes incendiarias: activar el cerebro emocional antes de que el cerebro lógico pueda evitarlo. Eso es lo que tanto la derecha como la izquierda creen que los medios de sus oponentes le están haciendo a la gente.
«Los estudios relacionan horas de consumo de noticias con niveles generales de miedo y ansiedad.»COMPARTILO
De modo que para evitar ser manipulados por aquellos que transmiten miedo para obtener beneficios personales, políticos y corporativos, es necesario entender el miedo. Y lo primero que hay que entender es que aunque una emoción pueda parecerse al miedo, los neurocientíficos afirman que de hecho es algo bastante diferente.
El neurocientífico Joseph LeDoux es esbelto, de voz suave y buenos modales, con un suministro de paciencia evidentemente grande, lo cual es sin dudas necesario para estudiar, durante tres décadas, secciones del cerebro de ratas que son más delgadas que papel de Biblia. Pasé el día con LeDoux en su laboratorio en el Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York observando cerebros humanos y animales -específicamente, un pequeño triángulo de núcleos que se aloja en la amígdala, ahora conocido como el centro del miedo, en parte gracias a las investigaciones de LeDoux-. El problema: más allá de lo que afirman innumerables psicólogos, periodistas y profesores, el miedo, según LeDoux, no ocurre en la amígdala.
LeDoux nunca quiso que su trabajo fuera interpretado así. Fue, admite ahora, un mal uso de términos. Una manera más precisa de decirlo sería: «Detección y reacción ante amenazas».
Funciona así: el triángulo de neuronas en la amígdala, conocido como la amígdala lateral, analiza los estímulos que llegan del mundo exterior buscando, entre otras cosas, amenazas. Si percibe peligro, entonces las neuronas empiezan a disparar, indicándole a la amígdala central que active una reacción de defensa en el cuerpo. Todo el proceso es una respuesta fisiológica inconsciente (transpiración, mayor ritmo cardíaco, falta de aire) y una reacción de comportamiento (quedarse quieto, pelear, escaparse), no una emoción.
«Necesitamos reconocer que las emociones no son estados innatos programados, como se las presenta en Inside Out», dice LeDoux. «Las emociones son muy complicadas: se transforman, cambian, van de un lado a otro, y podés tener tantas emociones como las que puedas imaginarte.»
El miedo, entonces, según LeDoux, se experimenta de hecho en la mente consciente -el córtex del cerebro-, donde armamos la experiencia y después la etiquetamos como una emoción, o al menos la categorizamos con otras experiencias que se perciben similares. Es lo que ocurre cuando, por ejemplo, el sistema de respuesta de la amígdala es activado por una cobra que levanta su cabeza para atacar o, en otra parte del cerebro, el hipotálamo reconoce que el cuerpo está en riesgo de deshidratarse.
¿Tiene sentido?
Bien, porque gran parte de esto no tiene nada que ver con lo que está pasando políticamente en el país.
«De lo que estamos hablando es ansiedad, no miedo», dice LeDoux. Si el miedo es una reacción a una amenaza presente, la ansiedad es una respuesta más compleja y mucho más manipulable ante algo que uno anticipa que puede ser una amenaza en el futuro. «Es preocuparse por algo que no pasó y quizás nunca pase», dice LeDoux.
De modo que si alguien empieza a disparar en un recital al que fuiste, experimentás miedo. Pero si estás en un recital y te preocupa que ocurra un ataque con disparos, eso es ansiedad.
La diferencia biológica, dice LeDoux, es que la preocupación y el nerviosismo que catalogamos como ansiedad no se originan en la amígdala, sino en su mayor parte en una pequeña zona de la estría terminal -el camino que conecta la amígdala con el hipotálamo- conocida como el núcleo del lecho. Es este área lo que los investigadores creen que se activa durante el trastorno de ansiedad generalizado, el trastorno por estrés postraumático y en los casos de ansiedad social.
Puede que esto parezca una diferencia pequeña. Pero de hecho, cambia todo. Porque allí donde el miedo se refiere a un peligro que parece seguro, la ansiedad es, en palabras de LeDoux, «una experiencia de incertidumbre».
Y esa incertidumbre es la misma palanca que usan los políticos para tratar de influir en tu comportamiento. Según la Encuesta de los Miedos Americanos de la Universidad Chapman del año pasado, un estudio muy citado en el que 1.500 personas respondieron preguntas acerca de 88 miedos, a lo que los estadounidenses más le temen es a la corrupción de funcionarios del gobierno, después al ciberterrorismo, la vigilancia de la información personal por parte de las corporaciones y los ataques terroristas. Todo esto, según LeDoux, serían ansiedades. Y la ansiedad más importante, acerca del propio gobierno, ayuda a explicar la atracción que generó Trump como outsider de la política.
Pero aún más elocuente es lo que dice la encuesta de Chapman acerca del principal modo en el que los americanos reaccionan ante su propia ansiedad: votando.
«Sí que venís del infierno», me dice para saludarme una escritora de policiales llamada Elaine, en referencia a esta revista.
Estoy en un departamento frente al agua en Redondo Beach, California, en la reunión de un grupo de seguidores de Trump. Está claro que nadie aquí tiene miedo. Están tomando cerveza y vino, comiendo comida con la mano y mirando CNN en silencio. Pero sí tienen un montón de ansiedades alimentadas por los medios. Y cuando las comparten, el ánimo en la sala se intensifica, se detienen las conversaciones paralelas, el grupo se reúne y sus voces se vuelven estridentes.
«Tenemos refugiados sirios que entran de a miles, sin ningún control», dice Chris, quien trabaja en ventas corporativas.
Debra, estudiante de enfermería, enumera una lista de asesinatos a manos de inmigrantes. «Me preocupo por mí, pero más aún por mi hija, y sus dos hijos», concluye. «Siento que estamos al borde de la ruina. Nos estamos destruyendo a nosotros mismos.»
«El país está siendo atacado», dice una actriz de telenovelas retirada que pidió que no se usara ni siquiera su nombre de pila. «Hay planes de los que nadie habla. Siento que me están llevando hacia un lugar al que no quiero ir.»
«Es el fin de la civilización occidental», confirma Elaine, la escritora de policiales. «Cuando tenés un libertino sexual dirigiendo a la sociedad, es el último paso antes de la destrucción. Soy una vieja amiga de los gays desde hace mucho tiempo, pero estos baños transgénero no son para la gente trans, para nada. Son para darles licencia a los pervertidos sexuales. Es abuso infantil.»
Lo que está pasando en este grupo en este momento es lo que algunos psicólogos llaman «la ley de la polarización grupal», que dice que si a gente con ideas parecidas les preocupa un asunto, entonces sus opiniones se van a volver más extremas después de discutirlas juntos. Teóricamente, la mayoría de las personas aquí, y en reuniones idénticas alrededor del país, van a irse no sólo con opiniones más fuertes, sino también con menos empatía por aquellos con opiniones contrarias. Junto a mí, en la reunión está Christopher Bader, uno de los arquitectos de la encuesta de Chapman. «Cuanto más hurgamos en los miedos, más veo a los miedos como respuestas ante la incertidumbre», dice después. Si hay una falla en la psicología humana que aprovechan los demagogos, esto ocurre ofreciéndoles alivio psicológico ante la ansiedad creada por la incertidumbre. Puesto que, cuando la gente está insegura -o la hacen sentir insegura- y cuando no está en control de la seguridad de sus finanzas, familias, posesiones, comunidades o su futuro, su inclinación natural es buscar certezas.
Aquí es donde funciona un buen chivo expiatorio. «Eso es algo que Trump crea bien: estamos nosotros, los verdaderos estadounidenses, y después están los musulmanes y los inmigrantes», dice Bader. «Los gobiernos fascistas emergieron en épocas de cambio económico porque ofrecen respuestas simples a preguntas personales complicadas. Y uno de los modos más populares que tiene la gente para obtener certezas es señalar a un villano al que culpar por todo.»
«Las campañas y algunos medios están involucrados en una suerte de guerra neurológica.»COMPARTILO
La combinación crucial entre incertidumbre y percepción de una amenaza creciente, según Bader y otros investigadores, llevó históricamente a un cada vez mayor deseo de autoritarismo. «Una teoría conspirativa», continúa, «trae orden a un universo desordenado. Consiste en decir que los problemas no son aleatorios, sino que están siendo controlados por un grupo enemigo.»
Son los grandes bancos. Es ISIS. Son los ambientalistas. Es la NRA. Es Wall Street. Es el patriarcado. Son las feministas. Es la derecha. Es la izquierda. Son los Illuminati. Elegí un enemigo y simplificá tu vida, pero tené en cuenta que no te va a hacer más feliz.
Los psicólogos George Bonanno y John Jost hicieron un estudio acerca de sobrevivientes y testigos del 9/11. Descubrieron que aquellos que estuvieron expuestos al ataque se volvieron políticamente más conservadores, aferrándose a ideologías que «proveen soluciones relativamente simples pero cognitivamente rígidas (por ejemplo, el bien contra el mal, negro contra blanco, nosotros contra ellos, líder y seguidor) para problemas de seguridad y amenaza».
Pero, a pesar de esto, el cambio político no mejoró su estado mental general. «Al contrario», concluyeron Bonanno y Jost, «el conservadurismo político y el autoritarismo de derecha en general se asociaban a lo siguiente: niveles de trastorno por estrés postraumático y depresión crónicamente altos, deseo de venganza y militarismo, cinismo y un uso del humor decreciente».
Escarbando un poco más, Jost y sus estudiantes hace poco revisaron más de 100 estudios de investigadores de todo el mundo, que incluían a más de 350.000 participantes, y encontraron resultados similares. «La gente que percibe el mundo como un lugar más peligroso en términos de crimen, enfermedad y terrorismo tiene más probabilidades de ser conservadora», dice Jost. «Y la exposición a un ataque terrorista -sea en Estados Unidos, Inglaterra, España, Alemania o Israel- es un indicador importante de un cambio hacia el conservadurismo.» En otras palabras, no es sólo Estados Unidos: es Brexit, con su eslogan de «Recuperemos el control de nuestras fronteras». Y es el ascenso de políticos anti-inmigrantes alrededor del mundo occidental, desde Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, hasta Norbert Hofer, candidato a presidente en Austria, o Marine Le Pen, líder del Frente Nacional francés, quien comparó a los musulmanes que rezan en la calle con la ocupación nazi.
Muchas de las conclusiones de Jost son congruentes con un concepto que es clave para entender el faccionalismo, el tribalismo y el nacionalismo de hoy: «Teoría de la gestión del terror». Uno de los conceptos más importantes en la psicología social de las últimas tres décadas, se basa en la idea de que, en tanto seres humanos adultos, tenemos el deseo de vivir, aunque sabemos que -en algún momento y por una causa desconocida para nosotros- vamos a morir.
Para gestionar esta ansiedad existencial, nos aferramos a una perspectiva cultural que nos provee orden, sentido, importancia y, finalmente, autoestima. La efectividad de esta estrategia depende del acuerdo de otros que comparten nuestras creencias. Mientras, la existencia de otra gente con creencias y valores que difieren de los nuestros puede socavar sutilmente la protección que nos proporciona esta perspectiva. De modo que, según esta teoría, cuando estas creencias están bajo amenaza, hacemos todo lo que podemos para conservarlas y defenderlas.
Tom Pyszczynski, profesor de la Universidad de Colorado, uno de los tres investigadores que inventaron la teoría de la gestión del terror en 1986, y co-autor de El gusano en el núcleo: sobre el papel de la muerte en la vida, cree que este concepto explica el extremismo de derecha de este ciclo electoral. «Creo que una de las cosas que los atemoriza es la ‘desblanquización’ de Estados Unidos», continúa Pyszczynski. «No creo que la gente tenga miedo de que los inmigrantes ilegales cometa crímenes contra ella, sino que les molesta que cierta clase de inmigrantes diluyan la blancura del país y de la identidad americana de la cual la gente extrae su sensación de seguridad. La idea de ‘recuperar nuestro país’ después de haber tenido un presidente negro es un ejemplo central de esto.»
Uno de los principios relacionados con la teoría de la gestión del terror es que cuando a la gente le recuerdan su mortalidad, ya sea a través de preguntas acerca de lo que pasa después de la muerte, o reviviendo tragedias como el 9/11, puede volverse más prejuiciosa y agresiva frente a gente con otras visiones de mundo.
En un estudio de 1998, por ejemplo, Pyszczynski y sus colegas divisaron un modo inteligente de medir la agresión: observar cuánta salsa picante los participantes estaban dispuestos a darle a gente que había expresado un claro rechazo por la comida picante. Y después de que les hicieran preguntas acerca de su propia muerte, los liberales les daban el doble de «salsa dolorosamente picante» a los conservadores que a sus colegas liberales, y viceversa. En algunos casos, se daban entre sí la cantidad máxima de salsa picante que había disponible en el experimento. Cuando a los grupos no les preguntaban acerca de la muerte, este efecto no se daba.
Muchos otros estudios llevaron a una conclusión trágica parecida: después de que se le recuerda la muerte, la gente es más antagonista respecto de aquellos con creencias y valores diferentes. Además, las creencias políticas pasan a apoyar medidas militaristas, nacionalistas carismáticos y una mayor vigilancia doméstica. Otro estudio mostró que la tasa de aprobación de George W. Bush subía y bajaba en tándem con el nivel de amenaza terrorista en el país.
Naturalmente, uno asumiría que este efecto benefició a Trump, quien durante toda la campaña dijo que los líderes actuales del país son débiles, y prometió fuerza y mayores castigos de resultar elegido («Si se ampliaran las leyes, yo haría mucho más que la tortura del submarino»). En efecto, Sheldon Solomon, colega de Pyszczynski, descubrió a principios de año que los estudiantes universitarios, cuando se les pedía que reflexionaran sobre su propia muerte, tenían más probabilidades de apoyar a Trump, más allá de su afiliación política.
Pero, por supuesto, éstos son estudios de laboratorio. Tampoco es que se nos recuerde la muerte todos los días, ¿no?
La idea de Senko, de que a su padre le habían lavado el cerebro Rush Limbaugh, Fox News y Bob Grant no es una mera anécdota. En el documental de Senko, The Brainwashing of My Dad, hay pruebas concluyentes de la transformación de su padre, que pasó de ser un hombre dulce y pasivo a ser un ideólogo furioso y discutidor. En algunas escenas, está tan enojado que el espectador siente lástima por él -y se preocupa por su salud-. «Era casi como si se hubiera unido a una secta o una nueva religión», recuerda Senko. «Estaba furioso e inaccesible.»
Cree que las tácticas empleadas por los conductores de derecha, combinadas con la personalidad independiente de su padre, fueron las que causaron este cambio. «En tanto seres humanos, cuando escuchamos algo solos durante largos períodos de tiempo, somos susceptibles a la influencia de una voz segura que nos habla de manera autoritaria, especialmente si es lo único que consumís», dice. «Así que decían cosas que provocaban la ira y la indignación de mi padre, y una vez que eso ocurría, él dejaba de pensar racionalmente.»
Eventualmente, el padre de Senko se volvió alguien a quien su familia y ella no podían reconocer. Se ponía furioso acerca de sus nuevas creencias de que «la mayoría de los negros reciben ayuda social y de que el gobierno es demasiado grande; el calentamiento global es un chiste y ‘Al Gore era un tarado’; y de que él tenía que ser el jefe del hogar, y su mujer tenía que esperarlo. Incluso se suscribió a la NRA, aunque nunca había tenido ni usado un arma. Todo era lo opuesto de cómo era antes.»
En el modo en que las noticias se reportan y reciben hay implícitas una cantidad de tendencias que aseguran que a la gente no se la informe, sino que se la desinforme. El primer problema con las noticias es que deben ser nuevas. En general, se informan los eventos que son aberraciones respecto de la norma, o lo suficientemente espectaculares como para atraer la atención, como ataques terroristas, tiroteos masivos y caídas de aviones.
Pero son mucho más prolíficos, y por ende menos interesantes como noticias, los 117 suicidios que ocurren por día en Estados Unidos (en comparación con los 43 asesinatos), las 129 muertes por sobredosis accidentales, y las 96 personas que mueren por día en accidentes de autos (27 de las cuales no llevan cinturón de seguridad, por no mencionar la cantidad no especificada de gente que maneja distraída). Añadamos a estas las 1.315 muertes por día a causa del tabaco, las 890 relacionadas con la obesidad, y todas las otras muertes evitables por infartos, ataques al corazón y enfermedades del hígado, y el mensaje es claro: la cosa de la que más miedo deberías tener no es un terrorista o un disparador o una invasión mortífera. Vos sos la principal amenaza a tu propia seguridad.
Tendría sentido lógico, entonces, que si los estadounidenses eligieran a los políticos en base a su propia seguridad, votarían por un candidato que subrayara la importancia campañas de uso del cinturón de seguridad, programas de salud psicológica para reducir el suicidio, y modos de reducir el tabaquismo, la obesidad, el abuso de drogas recetadas, el alcoholismo, el contagio de la gripe y las infecciones adquiridas en hospitales.
Pero nuestros miedos no son lógicos.
En 2002, un profesor de derecho y ex consejero de la Casa Blanca llamado Cass Sunstein acuñó el término «abandono de la probabilidad». Sugiere que cuando se anima a la gente emocionalmente con algo, especialmente si es algo que se pueden imaginar vívidamente, entonces van a temer sus consecuencias incluso si es altamente improbable que ocurra. Por ende, el miedo a que haya ataques terroristas engendrados por ISIS, por ejemplo, se vuelve un miedo más grande que al de experiencias cotidianas con mayores probabilidades de terminar en una fatalidad.
Hay incontables ejemplos de investigaciones psicológicas acerca de lo malos que somos a la hora de tomar decisiones, respondiendo más al impacto emocional que a los hechos reales: un estudio de 1993 demostró que la gente estaba dispuesta a pagar más por un seguro de vuelo que la protegiera del terrorismo que por un seguro de vuelo que cubriera «todas las causas».
Uno de los peligros del abandono de la probabilidad es que, frente a un evento o un miedo altamente visible, los estadounidenses tienen más probabilidad de aceptar invasiones a la privacidad y restricciones a las libertades, que de otro modo no aceptarían, como la aprobación de la Ley Patriota semanas después del 9/11.
Estos son los costos de un ciclo de noticias de 24 horas, que regurgita imágenes poderosas constantemente y nos recuerda nuestra propia vulnerabilidad ante fuerzas peligrosas que están más allá de nuestro control. Sumémosle a esto lo que los psicólogos llaman «aversión a la pérdida», la idea de que la gente tiene más miedo de perder algo que alegría por adquirir algo equivalente -y muchas veces incluso mayor-, y el resultado es un electorado que vota no en base a quién va a ayudar más al país, sino a quien lo va a lastimar menos.
Tampoco ayuda que en los últimos años hayamos entrado en un ciclo aún más extremo de omnipresencia de los medios, un momento en el que se valora más la capacidad de compartir que la veracidad. En lugar de tener que encender la televisión o la radio para ver lo que está pasando, las noticias vienen hacia nosotros. Entre nuestros teléfonos y nuestros buscadores, la mayoría de nosotros estamos conectados a un flujo constante de títulos y opiniones que responden a nuestros intereses y miedos específicos.
«Investigué mucho por qué somos más miedosos ahora que hace 200 años», dice Margee Kerr, socióloga de la Universidad de Pittsburgh y autora de Scream: Chilling Adventures in the Science of Fear. «Y una cosa que aparece todo el tiempo es la inmediatez con la que recibimos las noticias. Esto hace que se sientan más cargadas emocionalmente. Empezamos a recibir notificaciones en nuestro teléfono tan pronto como ocurren estos desastres. Así que hay una sensación falsa de estar involucrados que no teníamos hace 150 años.»
Si a este paisaje mediático le sumamos canales como Investigation Discovery, con un flujo todos los días, las 24 horas, de programas de crímenes reales, y el aluvión de dramas policiales del estilo de CSI y Law & Order, entonces es fácil entender por qué, después de votar, el siguiente modo a través del cual los americanos responden al miedo, de acuerdo con el estudio de Chapman, es comprarse una alarma para la casa y un arma.
«Cuanto más vemos representaciones dramáticas de eventos traumáticos, más comunes creemos que son», continúa Kerr. «Es el sesgo confirmatorio. Vemos un tiroteo en las noticias y nos sensibiliza para prestarles más atención a los tiroteos si es que ocurren en el futuro, lo cual confirma que la idea es un problema importante. Incluso con los dramas, a la gente le cuesta recordar qué es real. Hubo muchos estudios realizados en los que, después de ver una declaración falsa y una verdadera, al día siguiente a la gente le cuesta acordarse de cuál era real y cuál falsa.»
Ahí hay otra revolución reciente en el consumo de noticias: en una época en la que tantos noticieros, programas de radio y sitios web parecen noticias y suenan como noticias pero en realidad son apenas sets de teatro para grupos de presión partidarios, cualquiera puede crear un anillo de fuego digital alrededor de sus creencias, en el que no permite que entre ninguna otra información. Cuando la gente enciende todas sus radios, sus televisores, sus buscadores de internet, sus redes sociales y sus emails para recibir la misma opinión, tiende a pensar que una opinión marginal puede ser algo de sentido común porque todo el mundo claramente está de acuerdo con ella, y cualquier medio que no esté de acuerdo está mintiendo para cumplir con sus propios planes secretos.
Esto no puede ser bueno para el cerebro. Y, por supuesto, no lo es. Kerr dice: «Hay estudios que vincularon las horas de consumo de noticias con niveles de ansiedad y miedo en personas específicas». Hay dos formas en particular, entre muchas otras, en las que vivir con estas ansiedades mes tras mes puede cambiar tu cerebro.
La primera: «Si observás a nivel celular el lóbulo frontal y el hipocampo» -las partes del cerebro relacionadas con el pensamiento y la memoria-, «cuando vivís bajo estados constantes de miedo y ansiedad, podés de hecho ver cómo se apagan», dice Justin Moscarello, quien trabaja para el laboratorio de LeDoux. «Se encogen. Se ponen más pálidos. Y la amígdala, de hecho, se agranda.»
En el proceso, atributos como la toma de decisiones conscientes, los riesgos, la actividad exploradora y el pensamiento lógico son afectados negativamente.
La segunda forma: la ansiedad se puede transformar en miedo. Parte de la detección de amenazas consiste en aprender, y el cerebro puede crear una correlación falsa cuando un estímulo que no es de hecho una amenaza activa el sistema de respuesta ante amenazas.
Digamos que estás en un recital, y tenés ansiedad respecto de un ataque terrorista islámico. Ves a un hombre de Medio Oriente con una bolsa de lona y, de repente, abre la bolsa y saca un paraguas. Pero pasa tan rápido que vos pensás que es un arma y entrás en pánico. Eso no sólo es miedo, también puede haber cambiado los circuitos de tu cerebro.
«Cuando las células se activan así, puede causar cambios somáticos en la configuración de la célula que hacen que quede abierta a la plasticidad», dice LeDoux. «Entonces la célula ahora es sensible ante cualquier estímulo que ingrese.»
En el caso de las ratas, un shock eléctrico combinado con un determinado tono puede condicionarlas a tener una reacción de amenaza sólo ante el tono. Del mismo modo, sigue LeDoux, en el ejemplo del recital que daba más arriba, «algunos químicos que hay en el cerebro se conectan en esa reacción, y la asocian con la imagen de ese tipo de persona».
El año pasado, algunos investigadores descubrieron una conexión neuronal entre las áreas específicas del cerebro que representan caras y símbolos, y las áreas del cerebro que están vinculadas con el estrés y la detección de amenazas. «Estas asociaciones se forman muy fácilmente, pero es difícil deshacerlas», dice Huberman, de Stanford. «Los jefes de campaña y algunos medios están aprovechando para involucrarnos en una suerte de guerra neurobiológica estratégica. Saben que es muy fácil agarrar un símbolo o una cara y relacionarlo con un resultado negativo específico, y eventualmente eso se mueve desde las áreas conceptuales del cerebro hacia la estría terminal y luego a la amígdala.»
Entonces, lo que tenés es una ansiedad completamente manufacturada que se transforma en una reacción de estrés agudo. ¿Se te ocurre dónde más estamos viendo esto en nuestra sociedad?
Para un estudio, el psicólogo social Joshua Correll de la Universidad de Colorado llevó a policías a jugar a un videojuego en el que se les pedía disparar a asaltantes armados. La mitad de los objetivos eran blancos; la otra mitad eran negros. Algunos tenían armas, otros teléfonos o billeteras. Los resultados son trágicamente poco sorprendentes: los oficiales disparaban antes a los negros -tanto a los armados como a los que no lo estaban- que a los blancos.
«La raza del policía raramente era un factor: todo el mundo les dispara a los negros», observa Correll. «Parece una cosa de estereotipos culturales, más que algo de endogrupos o exogrupos. Si te detenés a observar, ves estos patrones de comportamiento en todas partes. En los diarios, muestran más fotos cuando la persona es negra, y mencionan la raza más frecuentemente si la persona es negra. Así, tu cerebro empieza a pensar que la gente negra comete crímenes.»
Correll menciona «la correlación ilusoria» como uno de los factores responsables de la percepción equívoca: «Si tenés un grupo que es más prevalente que otro, y el mismo porcentaje en ambos grupos tiene comportamientos negativos, lo vas a notar más en el grupo que es menos prevalente, porque se destaca más. Y vas a pensar que estás viendo una correlación entre la raza y el comportamiento negativo, cuando no la hay».
Claramente, esta y otras ilusiones de miedo afectan nuestro comportamiento, desde el modo en el que decidimos nuestro voto hasta el modo en que apoyamos políticas que van contra nuestros propios intereses, pasando por el modo en que generamos prejuicios y empleamos una retórica que causa divisiones. En las manos equivocadas, éste puede ser un manual utilizado para manipular a las masas y obtener poder personal. Pero si nuestras ansiedades y nuestros miedos pueden ser realzados a través de ciertas técnicas, ¿por qué no pueden ser sofocados a través de otras técnicas?
Correll, cuando le pregunto acerca de una solución a los problemas que señaló, sugirió: «Deberíamos mezclarnos más. Todo el mundo debería tener amigos negros, blancos, del Medio Oriente, latinos, y todo lo demás. Si el grupo prevalente es multiétnico, entonces te acostumbrás a todas las caras, y un grupo no se destaca».
Los investigadores del laboratorio de LeDoux citan un fenómeno relacionado con la incertidumbre: la agencia -tu capacidad de ejercer tu propio poder en tu ambiente-. «El mundo es el modo en que lo evaluás», resume Moscarello. «Es la creencia en tu agencia lo que finalmente determina tus resultados emocionales.» Creer que no tenés el control de tu propia vida puede llevarte a la depresión, prosigue, mientras que creer que tenés una voz y podés influenciar una situación puede llevarte a tener sentimientos positivos.
Por supuesto, en lugar de intentar tener control y certezas uno podría, como dice Kerr, la socióloga de la Universidad de Pittsburgh, «aprender a tener un grado de aceptación de la incertidumbre y la ambigüedad, aprender a sentirse cómodo con el cambio, y buscar entender las cosas de las que podés tener miedo, en lugar de apartarte de ellas».
Pyszczynski, de la Universidad de Colorado, tiene una teoría que se relaciona con esto. Un día empezó a tratar de entender por qué las religiones que promovían el amor y la compasión como valores centrales parecían, al mismo tiempo, «animar a la gente a que mate».
Así que comenzó a hacer estudios en los que tanto a cristianos fundamentalistas americanos como a musulmanes iraníes chiítas se les recordaba el valor de la compasión, central en sus escrituras sagradas, como «amar a tu enemigo», o «poner la otra mejilla».
«Descubrimos que recordarle la muerte a la gente típicamente incrementa la hostilidad y el deseo de pelear con el otro», dice. «Pero cuando las combinás con valores misericordiosos, las menciones a la muerte tienen el efecto contrario, y hacen que los americanos tengan menos hostilidad respecto de Irán, y que los iraníes tengan menos hostilidad hacia Estados Unidos, y un menor apoyo a los grupos terroristas.»
Así que si la gente cambia sus estímulos culturales, sus conductas también van a cambiar. Tomemos el caso del padre de Senko. Eventualmente, su esposa y él se mudaron a una comunidad para adultos mayores. Se les rompió la radio durante la mudanza, y cuando reemplazaron la vieja televisión por una nueva, su mujer programó el control remoto. Eran tan complicados que su marido no se ocupó de entenderlos. Después, ella lo desuscribió de las cadenas de emails conservadoras. Luego de 15 años de observar la furia extremista de su padre, Senko recuerda: «Empezó a estabilizarse y volvió a ser en gran parte el que era antes, incluyendo sus viejas creencias».
Todo esto no significa que deberíamos desconectarnos por completo de la realidad, vivir en la ignorancia y aceptar el terrorismo, los asesinatos, el racismo, el machismo, la pobreza, las violaciones a los derechos humanos y todos los otros problemas de nuestro mundo. Cualquiera de estas cosas ya es demasiado. Tampoco implica negar el hecho de que la tecnología volvió posible, para una persona, país o un grupo maligno, causar muertes o una destrucción masiva.
Pero la meta es separar las amenazas reales de las que son fabricadas. Y encontrar un equilibrio en el que no estemos tan asustados como para tomar malas decisiones que nos lastimen y dañen nuestra libertad, pero tampoco tan distraídos como para no hacer nada para protegernos.
Si queremos enfrentar los numerosos y muy reales problemas que afectan al mundo hoy en día, tenemos que hacerlo sin miedo ni ansiedad, con la mente despejada y un sentido de compasión por todos, no sólo por la gente que se ve como nosotros o que está de acuerdo con nosotros.
El hecho es: en el futuro cualquier cosa puede pasar. Para algunas personas, eso es algo bueno. A otras les da miedo. Y si bien los dos grupos de personas están trabajando para que mañana tengamos un mundo mejor, sólo uno de ellos puede ser feliz hoy.
Neil Strauss
Source: Musica