El renacimiento revolucionario de Green Day

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Billie Joe Amstrong, Tré Cool y Mike Dirnt (desde la izquierda), en Berkeley.
Foto: RollingStone/ Mark Seliger

Hace no mucho, antes de impulsar a su banda a grabar tres discos de una y meterse en rehabilitación, antes de que la aceptación en el Rock and Roll Hall of Fame lo dejara sin mucho que probarle al mundo, Billie Joe Armstrong tenía algunas reglas estrictas para Green Day. La más importante: cada disco y cada gira debían conducir a la siguiente. Las bandas que se tomaban descansos nunca volvían a ser las mismas, decía Armstrong, comparando su trío con un auto deportivo antiguo: «Tenés que mantenerlo tuneado, o se va a quedar ahí oxidándose». Ensayaban hasta seis veces por semana, como una banda de garage que se prepara para su primer recital. «Era ridículo», dice el bajista Mike Dirnt. «Y genial. Bajamos la cabeza por 20 años, y nunca miramos para arriba.»

Todo tenía que volverse más grande y más ambicioso. Con American Idiot, de 2004, grabaron uno de los discos de rock más significativos de un siglo que estaba hambriento de guitarras, y el que alguna vez había sido un trío de fumones irreverentes de clase media -Armstrong, Dirnt, su amigo de la infancia, y el baterista Tré Cool- empezaron a tocar en estadios y a ponerse delineador. Dieron a luz a un sucesor aún más audaz, 21st Century Breakdown, de 2009, llenándolo de canciones fuertes, pero también incurrieron en excesos de seriedad y grandilocuencia, como en «American Eulogy (Mass Hysteria/Modern World)». «Todo se volvió muy apocalíptico», dice Armstrong. «Perdimos un poco de nuestro carácter atontado, esa parte de Green Day que siempre me gustó.»

Para 2012, Armstrong, un alcohólico ocasional, había perdido todo el control, y la mayor parte de su perspectiva. Incluso mientras componía y grababa canciones para los desafortunados discos simultáneos de la banda, ¡Uno! ¡Dos! ¡Tré! («Una cosa demasiado forzada»), estaba mezclando pastillas y alcohol «al punto que me sorprendía levantarme a la mañana», dice. Y aunque tenía una esposa y dos adolescentes en su casa, su pensamiento era tan «nebuloso» que la perspectiva de la muerte no le molestaba: «Era muy egoísta».

Ahora Armstrong lleva cuatro años sobrio, y también está tratando de abandonar las peores tendencias de su carrera. Green Day acaba de terminar Revolution Radio, su primer disco en cuatro años, que se editó el 7 de octubre. Con la banda recién vuelta de la pausa más larga de sus 28 años de existencia, Armstrong ya no la considera un auto delicado que quizás se rompe después de unos días en el garage. «Es totalmente falso», dice, dos veces, casi doblándose de la risa en una silla gris de plush en el salón del primer piso del estudio construido recientemente en Oakland. «Lo aprendí a las malas. No podés ser entusiasta porque sí. Tenés que dejar de tratar de superarte todo el tiempo. Teníamos que cortar con ese hábito, porque de repente ya no éramos nosotros mismos… Estaba un poco quemado de estar en Green Day. Teníamos que parar.»

Por primera vez en más de 15 años, Green Day tiene un disco que es sólo un disco: 12 canciones, sin artilugios. «Eramos yo, Billie y Tré tirando bombas», dice Dirnt, «como si estuviéramos ensayando para Kerplunk». Se refiere al segundo disco de la banda, de 1992. «Pero sin pensarlo así siquiera», dice. La banda lo considera un regreso a las raíces, su versión del relanzamiento de U2 en 2000, All That You Can’t Leave Behind. «Era como si nos preguntáramos: ‘¿Qué deberíamos hacer hoy?'», dice Armstrong. Y la respuesta: «Seamos Green Day. ¡Green Day es fantástico!».

Después de ‘American Idiot’, de 2004, «todo se volvió tan apocalíptico», dice Amstrong. «Habíamos perdido algo de nuestro carácter atontado.»COMPARTILO

Cuando subió al escenario totalmente borracho en el festival iHeartRadio el 21 de septiembre de 2012, la semana que salió ¡Uno!, Armstrong derrumbó todo. Cuando lo confrontó una señal titilante que le indicaba que se había terminado el tiempo programado para su banda, se volvió loco, y le regaló a su audiencia una diatriba que habría sido graciosísima si él no hubiera estado tan pasado. «¡A la mierda con esto!», gruñó. «Estoy acá desde fucking 1988. ¿Y me van a dar un fucking minuto? No soy fucking Justin Bieber, hijos de puta. ¿Me están cargando?» Después pasó a destruir su guitarra contra el piso y Dirnt, solidarizándose, también rompió el bajo.

Más allá del estado terrible de Armstrong, la banda coincide en que probablemente no deberían haber tocado en un festival tan dominado por el pop. «Si fuiste punk, no podés dejar de serlo, finalmente es así», dice Armstrong. Está vestido como el papá rockero que es: jeans negros, Converse negras, camisa negra con una corbata a lunares con un nudo suelto, y un cárdigan marrón que no combina demasiado. Tiene una barba canosa incipiente, haciendo que su nido de cabello negro con gel y sus dientes frontales rotos que nunca se arregló parezcan incongruentemente aniñados. En todo momento se lo ve un poco agitado, como si hubiera un inspector escolar en la esquina.

«A veces uno se siente como ese chico torpe que por alguna razón se postuló para ser el rey de la fiesta», agrega. «Pero es nuestra culpa habernos puesto en esa situación. Tenemos la capacidad de decir no.» Hace una pausa. «Honestamente, man, no me puedo acordar de una palabra que haya dicho.»

Dirnt coincide con todo lo que dijo Armstrong en el escenario. «Pero lo único con lo que no podía coincidir», dice el bajista, «era con ver la degradación de mi amigo. Había ido demasiado lejos en la dirección incorrecta. Era como: ‘Estamos acabados. Reconocelo. No puedo pensar en tocar con vos ahora. Tenés que ponerte bien'». Armstrong empezó rehabilitación y, mientras, Dirnt le escribía cartas dándole ánimo, pero con un realismo punzante. «Si superamos esto y volvemos», le decía, «vamos a ser más fuertes que nunca o no lo vamos a hacer más».

Durante años, Armstrong había intentado periódicamente dejar el alcohol por sí mismo, pero incluso después de un arresto por manejar borracho en 2003, que fue muy publicitado, pocos de su entorno sabían que tenía un problema de verdad. Durante un recital, literalmente empapado de cerveza, con el proyecto paralelo de Green Day, Foxboro Hot Tubs, en Nueva York en 2010, el músico Jesse Malin, un amigo desde hacía muchos años, vio cómo Armstrong «simplemente peló y se puso a mear en el escenario. Siempre pensé que era el espíritu de la banda. ¡Yo hice cosas así estando sobrio! Pero quizás era una señal de dónde estaban yendo las cosas». Hubo muchas otras noches de ebriedad que parecían inofensivas, en las que Malin y Armstrong se quedaban toda la noche despiertos charlando de música: «Nos quedábamos cotorreando sobre canciones. Era como, ¿los Replacements robaron ese arreglo de ‘Little Mascara’ de ‘Death or Glory’ de los Clash?».

Michael Mayer, que se hizo amigo de Armstrong cuando dirigió la versión teatral de American Idiot, dice que es «el adicto más funcional que yo haya visto en mi vida. Parecía tener rachas, en lugar de ser algo constante. No era que estuviera borracho o drogado todo el tiempo. Pero cada tanto tenía estas recaídas, y se le hacía más difícil recuperarse».

Después de un tiempo, Armstrong ya no se sentía para nada funcional. «Eso es por fuera», dice. «No es la realidad de lo que pasaba. La otra parte de mi vida se desmoronaba de a poco. Mi base estaba rota.» Si no hubiera dejado, dice, «honestamente, no sé si estaría acá». Y está muy contento de estar acá. «Quiero ser un padre cuyos hijos ya no viven en la casa», dice. Su hijo más joven, Jakob, pronto va a terminar la secundaria. «Quiero ver a mis hijos haciendo sus experiencias. No quiero que jamás tengan que lidiar con ese tipo de oscuridad en sus vidas.»

Armstrong dice que la sobriedad hoy le resulta bastante natural. No le molesta que sus compañeros tomen delante de él. Incluso está aprendiendo a disfrutar de los días en los que no pasa demasiado, cuando puede despertarse; pasear a sus cuatro perros («Mojo, Mickey, Rocky y Cleo… suenan un poco como una banda»); estar un rato en la tienda de guitarras que acaba de inaugurar en Oakland, Broken Guitars; pasar por el estudio; volver a casa para cenar en familia, «y ver Game of Thrones, como todo el mundo».

Hace dos años, su mujer, Adrienne, y él festejaron el vigésimo aniversario de su matrimonio, y renovaron sus votos en una ceremonia en Las Vegas. Esa misma noche, formó un grupo improvisado con invitados -Tim Armstrong, de Rancid, Malin, Duff McKagan y Tré Cool- y tocaron un montón de covers en un club local. La fiesta de aniversario fue como la verdadera boda que Adrienne y él nunca tuvieron; en el 94, hicieron una fiesta en su patio trasero, donde cada uno traía su bebida («Teníamos amigos que traían botellas de litro», recuerda Armstrong). «Adrienne y yo crecimos juntos, seamos sinceros», dice Armstrong. «Mis hijos prácticamente también crecieron con nosotros. Lo cual está bueno. Siempre fuimos más jóvenes que la mayoría de los otros padres.» (A veces también hacen música juntos: un año, Armstrong grabó un single con su mujer y sus hijos y se lo mandó a sus amigos en lugar de mandarles tarjetas navideñas.)

El estudio que tiene Armstrong en su casa quedó incautado por sus hijos, ya que ambos se han embarcado en carreras como músicos: Joey es baterista de la banda indie SWMRS, y Jakob es el líder de su propio grupo, con influencias de los Strokes, Jakob Danger, que ya editó un EP a través del sello Burger Records. «Es algo hermoso ver a Jakob», dice Armstrong. «Es un tipo callado, y un día él y Joey me dijeron: ‘Papá, grabemos algo’. Jakob me mostró unas canciones y yo dije: ‘¿De dónde mierda salió esto?'»

Para los parámetros de los millonarios de mediana edad del Hall of Fame, los Green Day siguen manteniendo un espíritu bastante «hazlo tú mismo». Les gusta construir cosas. Dirnt fue su propio maestro mayor de obras en una casa en Berkeley hace unos años, y la construyó con tanto talento y cuidado que cuando pasó, hace poco, por ahí, los nuevos dueños le agradecieron. Armstrong recientemente reconstruyó el motor de un viejo Ford Falcon, y le agregó un stencil de Joey Ramone al capó como toque final. «Termino todos los días manchado de grasa», dice.

Revolution Radio también está hecho a mano. Los miembros de la banda fueron sus propios productores, y grabaron todo casi en absoluta privacidad: en el estudio, todos los días, eran sólo ellos tres y Chris Dugan, su ingeniero desde hace muchos años. No le contaron al sello, Warner Bros., de la existencia del disco hasta que no estuvo casi terminado. «Cuando nadie sabe que estás trabajando, ése puede ser el momento más fácil para trabajar», dice Dirnt. «Nadie te dice: ‘¿Terminaste eso ya?’. Lo hicimos porque queríamos, no porque tuviéramos que hacerlo.»

Armstrong se ríe de las bandas de rock que buscan productores de avanzada e invitan a estrellas de pop para colaboraciones. «Nosotros rechazábamos la idea de tener que trabajar con otra gente para tener un hit», dice, con una mueca muy del 94. «No necesitamos hacer eso. Y la mayoría de las otras bandas tampoco. ¡Lo hacen porque son cobardes!»

Grabaron el disco en el nuevo estudio de Armstrong, Otis, ubicado en un barrio en plena gentrificación de su Oakland natal. En la puerta del frente hay una tapa de un disco de Chuck Berry. Arriba, en el primer piso, hay una rockola antigua, con la colección de vinilos de Armstrong, formidablemente curada (desde «Keep on Knockin'», de Little Richard, hasta «Anyway, Anyhow, Anywhere», de los Who, pasando por «Orgasm Addict» de los Buzzcocks), y en una mesita hay una vieja edición de Zap Comix. Hay una enorme bandera del estado de California sobre una pared en el lounge, cerca de un poster enmarcado de la «Rock ‘N Roll Halloween Party» de Alan Freed en el Apollo Theater de Harlem en 1955. En el pasillo hay un locker de la secundaria de Armstrong, que recuperó su hermano, quien trabajó de custodio ahí, durante una remodelación. Adentro, hay una calcomanía promocionando un recital de Green Day del 16 de marzo de 1990. («¿No es loco eso?», dice Armstrong, señalándolo.)

El estudio propiamente dicho, una sala rectangular con pisos de madera y una fila de lámparas en el techo, es absurdamente pequeño: algunos estudios profesionales tienen cocinas más grandes que todo este lugar. La banda terminó de grabar en julio, y los equipos siguen acá adentro. Para que la batería tuviera un sonido apropiado en las canciones destinadas a sonar en estadios, Green Day puso micrófonos en el pasillo y en el bañito junto a la sala. «Capturó lo que escucharías si estuvieras ahí cagando mientras yo toco», señala Cool. «Asumiendo que dejás la puerta abierta y el extractor apagado. Lo cual no recomiendo.»

Grabar el disco fue lo suficientemente tranquilo, pero llegar a este punto fue duro. Dirnt pasó gran parte de su tiempo libre lidiando con uno de los desafíos más dolorosos de su vida, luego de que le diagnosticaran cáncer de mamas a Brittney, su esposa desde hacía siete años. Ahora está en remisión, después de «nueve cirugías y quimio y toda esa mierda». Dirnt se rapó la cabeza en solidaridad, y la familia se mudó al sur durante ocho meses para enfocarse en su tratamiento. Tener dos hijos de menos de 10 años hizo que todo fuera más desgarrador. «Lo último que querés es que pierdan a su mejor progenitor», dice Dirnt, con una leve risa. «Pero ella es también la más fuerte de los dos. Yo probablemente me hubiera tirado al piso diciendo: ‘Estoy terminado’.» Dirnt tiene una personalidad robusta, clásica de bajista: el tipo de persona que te gustaría tener a tu lado si estás en una crisis.

El tratamiento de su esposa lo dejó con suficiente tiempo libre para trabajar seriamente en su forma de tocar el bajo: aprendió «Sir Duke», de Stevie Wonder, nota por nota, y después fue más allá, y empezó a tomar clases con un profesor de jazz. Pero cuando Armstrong sugirió empezar un disco nuevo, Dirnt dijo que necesitaba más tiempo. «Una cosa que te da el cáncer es el don de la perspectiva», dice. «Es decir, no podés salir de esa burbuja y meterte en un barco pirata. Es como: ‘No, man, no estoy listo’. Quería sentir que tenía un minuto para absorber otras emociones.»

Tré Cool tampoco estaba apurado por volver a trabajar. Estaba en una luna de miel extendida con su nueva esposa, Sara Rose, una música de treinta y pico que, en su casamiento, tenía el pelo violeta. Gracias a ella, hay una batería en su living en este momento. «Viajamos un poco por Europa y México y Belice y Jamaica», dice. «Estábamos recién casados y hacíamos lo que nos diera la gana. Fue un regalo.»

Cool se crio en un enclave rural hippie en Mendocino County, y lo sigue maravillando el mero hecho de estar en la civilización. A los 43, se las ingenia para tener el pelo puntiagudo, teñido del color de un helado de arándanos, por no mencionar el hecho de llamarse Tré Cool. Y se está preparando para un largo viaje, entrenándose para la vida cuando sea «un grandote de 60 años tocando temas de Green Day». Una vez incluso le pidió consejos a Charlie Watts para seguir tocado la batería en su vejez, aunque las sugerencias (una bebida calórica, golpear menos fuerte) no fueron súper útiles.

En cuanto a Armstrong, su idea de un descanso tranquilamente podría confundirse con una productividad frenética. Regrabó Songs Our Daddy Taught Us, de los Everly Brothers, con Norah Jones en un disco en colaboración llamado Foreverly; escribió un conjunto de canciones en perfectas imitaciones de los Beatles para el musical inspirado en Shakespeare, These Paper Bullets!, para el Yale Repertory Theatre; y tocó la guitarra en varias fechas de una de sus bandas preferidas, los Replacements.

Después de debutar en Broadway, en la piel de St. Jimmy, el dios del rock decadente, en el musical de American Idiot, Armstrong volvió a ser el mismo. La experiencia pudo haber exacerbado sus adicciones en aquel momento («Estaba siguiendo el Método», dice Malin), pero también lo dejó sediento de probar nuevas cosas. Empezó a buscar, cautamente, trabajos de actuación, y después de rechazar muchos guiones, finalmente firmó para hacer de un ex músico devenido en padre con una crisis de mediana edad en una comedia dramática independiente llamada Geezer, realizando su primer protagónico a los 44 años. La película, que ahora se llama Ordinary World, debido a una balada que Armstrong compuso para ella, salió la semana después de Revolution Radio. Armstrong está en casi todas las escenas, en una interpretación naturalista impresionante junto a Fred Armisen y Selma Blair. El guionista y director, Lee Kirk, animó a Armstrong para que la considerara como una cronología alternativa: el tipo de la película también lanzó su debut en un sello importante a la misma edad que Armstrong, pero en su caso no funcionó. «Hablamos de la película como si fuera ‘la historia de Armstrong si Dookie no hubiera vendido 10 millones de discos'», dice Kirk. «Quizás ésta es una vida que él podría haber tenido.»

La película dejó a Armstrong ansioso por probar más cosas: «A la mierda, man, quiero intentar actuar más. Quiero tratar de hacer más musicales y mezclar más cosas. No tengo la presión de ser perfecto. Había momentos mientras hacía Ordinary World en los que no tenía idea de lo que estaba haciendo. Fue una de las mejores experiencias de mi vida».

El tema de la crisis de mediana edad de Ordinary World también aparece en Revolution Radio. A través de la pluma de Armstrong, es como un primo de aquella sensación adolescente de estar fuera de lugar que él siempre capturó tan bien. «A veces cuando estás en casa solo», dice, «tenés una sensación de estar espiritualmente desempleado, y de que estás tratando de descubrir quién sos. Es como decir: ‘¿Qué es lo más honesto que puedo decir acerca de mí mismo en este momento?'» El disco empieza con el himno onda The Who, «Somewhere Now», que encuentra a Armstrong «espiritualmente roto». «Es toda esa tristeza, y tratar de superarla», dice. «El disco se trata un poco de eso.»

El álbum también se enfrenta a lo que Armstrong ve como un Estados Unidos problemático. «El mundo ahora parece la tapa de un disco de los Dead Kennedys», dice. Hay más de una referencia a la brutalidad policial (un tema del que ya hablaba en los 90) y a protestas de Black Lives Matter. «Creo que mi rol es callarme y escuchar», dice. «Mucha gente blanca debería callarse y escuchar. No saben lo que es verdaderamente la experiencia afroamericana. Cuando tenés gente a la que le disparan en sus autos sin razón, o a la que meten en putas cárceles, y alguien gana plata, tenemos un problema grave, y lo primero que tenés que hacer es aprender. No hagan esas cosas como ‘Blue lives matter’. Tampoco el ‘All lives matter’. Cállense y escuchen la experiencia. Y después avancemos a partir de ahí.»


Dirnt y Amstrong en el nuevo estudio de la banda en Oakland, trabajando en el disco Revolution Radio.
Foto: Chris Dugan

El día después de que Green Day lanzo por sorpresa «Bang Bang», el primer simple de Revolution Radio, Tré Cool está manejando su Volvo de 1963 por Gilman Street, en Berkeley, en dirección al club donde empezó todo. Lo que alguna vez fueron galpones abandonados, señala, ahora son supermercados Trader Joe’s, Whole Foods y edificios de departamentos nuevos. A más o menos un kilómetro del club, se enciende la luz del motor, y el auto empieza a toser. «Se está rompiendo», dice, un poco divertido. Terminamos empujando el auto juntos hasta la vuelta de la esquina, en un espacio para estacionar de una calle más tranquila.

Quizás era una señal de los dioses del punk rock, un castigo retrasado por haber firmado con un sello grande hace tantos años, pero lo ignoramos y caminamos al club vacío. 924 Gilman sigue estando dirigido de manera comunitaria, al igual que cuando Green Day empezó a tocar ahí a fines de los 80, antes de que se sumara Cool. Es un pequeño edificio de ladrillos que podrías tranquilamente no notar. Claro que, después de todo, lo mismo podría decirse de los Sun Studios en Memphis. «No parece gran cosa», dice Cool con cariño. La pared está repleta de flyers de bandas jóvenes que tocaron hace poco, entre ellas Jakob Danger. («Es como una película», dice Armstrong acerca de este giro del círculo de la vida.)

Cool y sus compañeros de banda ya aceptaron la idea de que Dookie ahora es más viejo de lo que era The Dark Side of the Moon en 1994. «Me acuerdo de hacer chistes cuando Dookie e Insomniac eran nuevos», dice Cool. «Yo decía que íbamos a salir en las radios de rock clásico después de Led Zeppelin y cosas así. Como, ¿no sería gracioso? Ahora en la radio literalmente escucho nuestra música después de Led Zeppelin.»

Con su engañosa simplicidad de acordes de quintas, Green Day inspiró a más bandas jóvenes que cualquier otro grupo después de Kiss, y eso no parece estar cambiando. Cuando Armstrong vio a Jakob en vivo hace poco, se contactó con un angelical trío de adolescentes llamados Destroy Boys, los que, como Green Day, lanzaron su primer disco mientras estaban en la secundaria. Una vez, mientras estábamos en la tienda Broken Guitars de Armstrong, la banda golpeó la puerta: «¡Hey, somos los Destroy Boys!». Le dieron una remera de la banda, y sin demora él posó con ella para su propio Instagram.

Los Green Day nunca dejaron de atraer a nuevos fans, de modo que, a diferencia de tantas bandas veteranas, siguen viendo caras nuevas en el público. Pero el año pasado, un mes después de su ingreso en el Hall of Fame, Green Day volvió a 924 Gilman para dar un show sorpresa ante el público más viejo que hubieran visto antes: una reunión con la gente de la antigua escena de los 90, un club repleto de punks maduros. «Fue tan emotivo», dice Armstrong. «Mirar al público y ver caras familiares, que alguna vez tenían aritos y el pelo violeta, y ahora son canosos.» Algunos de esos jóvenes punks ahora son «educadores, artistas, escritores», que usaron el punk como Armstrong: como una puerta para «entrar en la idea de ser capaz de expresarte».

«Es como cruzarte con un viejo amigo», dice, «con el que te ponés al día con todas las cosas que pasan en una vida de 40 años. Y entonces pensás en cuánto cambió tu propia vida. Es un viaje. ¡La puta madre! Pero aquí estamos.» Armstrong suspira. «Si ése hubiera sido el último recital de mi vida», dice, «podría irme feliz».

Brian Hiatt


Source: Musica

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