Marcelo Gallardo no fue sancionado, fue humillado

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Resulta degradante que una institución internacional le dé a un profesional del fútbol el trato similar al de otro individuo judiciable: sucedió con el técnico de River, que no podrá ni siquiera ir a la Bombonera en la primera final de la Copa Libertadores.

En la consumación del último dislate de la Conmebol, se dio a conocer la sanción contra Marcelo Gallardo, director técnico de River Plate.

Puesto que los considerandos del débil y errático Tribunal carecieron de fundamentación sólida, ya fueron ampliamente difundidos y no hacen a la cuestión de fondo, sólo destacaremos que Gallardo además de una multa (50.000 dólares norteamericanos) y cuatro partidos sin poder realizar su trabajo, fue también impedido de ir a presenciar el partido en la Boca.

Es probable que los abogados laboralistas o especialistas en Derecho Deportivo hallen unos fundamentos jurídicos que hasta aquí la simple apelación al sentido común no logran.

Estas sanciones provienen de una FIFA sostenida en el derecho, la cultura, las costumbres sociales y los comportamientos suizos. Están lejos en consecuencia de una palmaria realidad sudamericana. Y aún más alejados de situaciones pragmáticas y no teóricas. No obstante, deberemos admitirla pues se trata de un Reglamento universal y por lo tanto fue aceptado para su aplicación por las seis confederaciones que integran el universo futbolístico.

Es probable que los funcionarios rentados de la administración Infantino – en la cual hay algún argentino – con honorarios de 50.000 dólares mensuales más 1.500 dólares por día por cada viaje al exterior – se tomen el trabajo cuanto menos de evaluar minuciosamente cada caso para honrar semejantes ganancias.

Es así que resultaría inimaginable que, en el marco de las competencias organizadas por la FIFA, un jugador – Dedé (Cruzeiro), en este caso- pudiere ser habilitado para jugar el partido revancha tras ser expulsado por el árbitro. Para la FIFA, desde hace más de cien años, el jugador sancionado en el campo de juego por expulsión deberá cumplir como mínimo y obligatoriamente una fecha.

No actuó así la Conmebol, cuyos funcionarios rentados cobran 40.000 dólares norteamericanos – y también aquí hay algunos argentinos – convirtiéndose al igual que los de la FIFA en empleados dependientes de un poder patronal.

Tal vez esto explique que en el caso de Dedé se le instruyó a la señora Amarilis Belisario, vicepresidenta del Tribunal de Disciplina, para que disponga con su sola firma la vulneración de un Reglamento hasta aquí inviolado al habilitar al jugador brasileño que lesionó gravemente a Andrada.

Al mismo tiempo se lo perjudicó tanto al Santos (caso Carlos Sánchez), también al Temuco de Chile (caso Requena), o la insólita duda de la administración de la Conmebol respecto de la habilitación de Zuculini (sobre la cual Racing «durmió») o falta de sólida respuesta en otros casos como el de Ramón Ábila, entre muchos despropósitos durante la disputa de una misma Copa que de tal manera batió el triste récord de las irregularidades.

Tanto fue así que hemos debido esperar hasta el sábado por la noche para saber si River sería protagonista de la final de esta Libertadores contra Boca toda vez que la dubitativa Conmebol permitió un imposible como admitir la queja de Gremio porque Gallardo había bajado a su vestuario en el entretiempo, mas algún cuestionamiento al funcionamiento del VAR.

Peor aún, hubo suspenso y especulaciones. Gremio quería ganar en un escritorio los puntos que había perdido deportivamente ante River en su propio estadio. Es que todos se le animan a esta pusilánime Conmebol. Aun aquellos que sin fundamentos generan un clima hostil y suspicaz, apoyados en la debilidad de dirigentes y funcionarios dispuestos a aceptar órdenes políticas de ocasión o de conveniencia, con tal de no perder la fortuna de sus honorarios.

Una Confederación no puede interpretar la «doctrina madre»; debe cumplirla y hacerla cumplir: para la FIFA un partido finalizado con la planilla firmada por los árbitros con el resultado públicamente visto, resulta inmodificable.

Luego si surgieran fallas administrativas tales como inclusiones indebidas o dolosas o ciertas sustancias prohibidas fehacientemente comprobadas, podría procederse a la modificación de un resultado como en el controversial caso de Bolivia ante Chile y Perú, en las últimas Eliminatorias para Rusia 2018. Pero una vez que el árbitro firmó el resultado, éste será irreversible para la FIFA.

Así lo demostró en el injusto caso de Irlanda, cuando jugó un partido final clasificatorio para Sudáfrica 2010. Resultó claramente visible que Thierry Henry marcó el gol del triunfo con la mano. Por cierto que Irlanda no debió esforzarse mucho para demostrar la infracción: sin embargo FIFA no aceptó tan valiosa prueba y al Mundial fue Francia pues el árbitro, máxima autoridad, había firmado la planilla con el resultado final 1-0. Luego la FIFA resarció a Irlanda con dinero y ayuda a diferentes programas de desarrollo. Pero el partido terminó 1 a 0 y frente a esto el caso no ameritó la consideración institucional.

Eso ocurría cuando los árbitros eran cuatro: el principal, sus dos asistentes y el «cuarto». La implemetación del VAR afianza esta doctrina del fútbol, cuya esencia tiende a que los partidos se ganan en el campo de juego.

¿Cuál pudo ser la Confederación del Mundo que aceptó que este insólito caso fuera considerado a requerimiento del equipo perdedor? La Conmebol.

Permitir que se genere una expectativa, robustecer una duda, sembrar una sospecha resulta propio de la impericia política de su presidente Alejandro Domínguez, quien debió ser claro y contundente con el «no ha lugar».

Imaginamos que la agónica demora pudo deberse a que había que lograr unanimidad en el fallo, cosa que no ocurrió al comienzo de las deliberaciones. A la distancia no resulta difícil suponer que la vicepresidenta Amarilis Belisario (Venezuela), a quien se le había hecho condonar la sanción de Dedé a «mano alzada», bien podría sostener la idea de los antecedentes disciplinarios de esta Copa plagada de irregularidades y hacerle lugar a Gremio. La incoherencia no es fácil de entender. Mucho menos cuando en un cuerpo colegiado se advierte que la ley no se impone ante la conveniencia política y Brasil es poderoso.

Lo de Gallardo es humillante. La sanción le impedirá ver el partido del próximo sábado en La Boca absteniéndose, además de cualquier contacto con sus dirigidos por los siguientes tres encuentros.

Admitamos que no debió bajar al vestuario en el entretiempo de Gremio-River ni manifestarse desafiante. Está bien. Lo admitió y pidió disculpas de manera pública. Cómo no entender que estaba bajo emoción.

¿A quiénes impide la ley acercarse a un punto de conflicto? A aquellos que un juez considera representar un peligro de agresión o de violencia para personas o comunidades. O sea, alguien que pudo haber delinquido, está sospechado de tal o de potencial transgresor. ¿Si Gallardo va al estadio de Boca a ver el partido tal cosa ocurriría? ¿Pondría en peligro la integridad de alguien? La respuesta es no. Por lo tanto resulta degradante que una institución internacional le dé a un profesional del fútbol el trato similar al de otro individuo judicializable.

Al impedirle ir el próximo sábado y actuar en los encuentros sucesivos, la Conmebol, ¿a quién castiga? ¿A Gallardo o a River? Claramente ha mutado el sujeto de la sanción, al marcar desventajas para uno de los competidores en una final.

Si el árbitro expulsare a un jugador, tal jugador será reemplazado por otro. Pero si la Conmebol – como en este caso- no le permite actuar a la cabeza, al líder de todo un grupo que afrontará lo más importante de su historia, el camino de la deportividad y el tan pregonado «juego limpio» quedarán cuestionados, pues no se ha considerado el mal menor y la equidad competitiva.

Los técnicos no juegan, no hacen goles; conducen, lideran, eligen, designan, modifican. Tal vez en Suiza esto no quede muy claro, pero en nuestros países y en la ciudad central del fútbol de la región se sabe, pues Asunción es fútbol.

Una fuerte multa hubiese estado bien.

No salir al campo de juego en el próximo encuentro podría ser admisible como un hecho sancionatorio y costumbrista. Ahora, impedir que vaya a ver el partido, su partido, excluirlo de la historia, ponerlo de rodillas para que se crea en la severidad de tan ineficiente Conmebol, es tan degradante como injusto.

Ellos creen que sancionaron a Gallardo solamente; no es así, también castigaron indebidamente a la institución River, que son millones de personas.

Para expresarlo más simplemente: echaron al ingeniero que construye el puente porque llegó tarde al trabajo. Ridículo…

FUENTE: Infobae Deportes

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