Estilo Gallardo: secretos y obsesiones del técnico que acentuó el renacer de River

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Capaz de pasar todo el día en el club, de desconcentrarse mirando una película porque se le ocurrió una jugada. Radiografía del hombre que soñó con que su River jugara como «el Barcelona de Guardiola» y lo transformó en una máquina de competir.

Es el primero en llegar y el último en irse del River Camp, el predio que el club tiene en Ezeiza. Un vuelo de avión de apenas una hora puede ser el momento indicado para que abra la computadora y repase videos del próximo rival de su equipo.

El equipo puede ir goleando 4 a 0 al adversario de turno y es posible que a él se lo note insatisfecho, moviendo la cabeza o tirando una botellita de agua en señal de disconformismo. La exigencia que reclama en los entrenamientos más de una vez se le volvió un boomerang: tuvo que dar por terminados varios partidos de práctica al ver que el físico de sus jugadores comenzaba a correr riesgos por el énfasis con el que iban a disputar cada pelota.

Si de esfuerzos se habla, entre un entrenamiento y un partido para él hay una sola diferencia: la ropa con la que se visten los jugadores. Un sábado en el que le da descanso a su plantel puede ser para él otra jornada de trabajo: se lo suele ver en el Monumental o en Ezeiza observando los partidos de las divisiones inferiores.

Consciente de la conveniencia de que los integrantes del plantel conozcan la historia del club para alimentar el sentido de pertenencia del grupo, los lleva a visitar el museo del Monumental.

Marcelo Gallardo, el arquitecto del River que desde mediados de 2014 a la actualidad ganó cinco títulos internacionales y tres nacionales, es todo eso y mucho más. Es el técnico que se molesta cuando ve que sus jugadores usan demasiado el teléfono o las redes sociales; el que no tuvo empacho ni reparos en dejar sentados en el banco cuando lo consideró necesario a jugadores para muchos incuestionables, como Andrés D’Alessandro, Lucas Alario o Ignacio Scocco; el que suele fastidiarse con la prensa en general o con algún periodista en particular cuando escucha alguna inexactitud o algo que él considera inapropiado; el que le presta igual atención a los suplentes que a los titulares y por eso suele tener conformes a todos los integrantes del plantel; el que les exige en la misma medida tanto a un consagrado como Enzo Pérez, como a un juvenil como Exequiel Palacios; el «enano cabrón» –como lo define un dirigente de River- al que le cuesta encontrar momentos para relajarse porque casi siempre está pensando en cómo potenciar a su equipo; el que es capaz de viajar un fin de semana libre a Chile, Uruguay o Paraguay para ver dos o tres partidos y bucear in situ posibles refuerzos a futuro.

«Muchas veces me pasa que estoy mirando una película o parado en un semáforo con el auto y me distraigo pensando en una posible jugada, o en cómo tratar de ganarle al rival que nos toca el fin de semana», dijo a Infobae una tarde de septiembre de 2015 en el Monumental, después de que su equipo ganara la Copa Libertadores de ese año y mientras se preparaba para ir a Japón a jugar el Mundial de Clubes, en el que llegó a la final y perdió 3 a 0 ante el Barcelona de Messi, Suárez y Neymar. Esa fue una de las tres finales que no pudo ganar desde que asumió como técnico de River: las otras dos fueron ante Huracán y Lanús, por la Supercopa Argentina de 2015 y 2017 , respectivamente. A las otras ocho finales que afrontó en River, las ganó: Sudamericana 2014, Recopa 2015, Libertadores 2015, Suruga Bank 2015, Recopa 2016, Copa Argentina 2016 y 2017, y Supercopa 2018 ante Boca.

Gallardo nació en Merlo, en el conurbano bonaerense, pero por su adicción al trabajo (en Estados Unidos sería un «workaholic») podría haberlo hecho tranquilamente en Tokio, en Osaka, o en cualquier otra ciudad japonesa. Meticuloso y detallista casi al borde de la obsesión, es de los técnicos que piensan que los partidos de los domingos empiezan a ganarse desde el martes y hasta el sábado. Por eso es capaz de llegar al predio de Ezeiza a las 7.15 y de irse a las 19, ya casi de noche y luego de pasar medio día en el lugar. Allí desayuna, ultima los detalles finales del entrenamiento con sus colaboradores, se despeja un poco la cabeza pateándoles desde afuera del área a los arqueros o trotando alrededor de una hora recorriendo las distintas canchas del predio; almuerza, mantiene reuniones con los integrantes de su cuerpo técnico o con los dirigentes, ve partidos de la Reserva o de las categorías menores cuando los hay, repasa videos y partidos en su oficina, merienda y prepara las estrategias para cada juego.

En 2009, cuando todavía era futbolista y jugaba en el River que dirigía Néstor Gorosito, Gallardo le dijo a un amigo al finalizar un entrenamiento, en la pista de atletismo del Monumental: «Yo voy a ser técnico y quiero que mi equipo juegue como el Barcelona actual». Aquel Barsa no era otro que el que tenía a Pep Guardiola como técnico y donde brillaban Messi, Iniesta, Xavi, Sergio Busquets y Dani Alves, entre otras estrellas que se cansaron de ganar títulos y de marear rivales. Con el paso del tiempo, aquel Barcelona que Gallardo tomó como paradigma es un equipo en el que River pocas veces pudo reflejarse en cuanto al juego. Sin embargo, el Muñeco logró lo que pocos: transformó a River en un equipo ultra competitivo, difícil de quebrar aun estando lejos de su mejor versión. Su cuenta pendiente en lo deportivo está vinculada con los campeonatos de Liga: hasta ahora no logró ganar ninguno de los cinco en los que estuvo al frente del equipo. Las definiciones mano a mano le sientan mucho mejor, al punto de que las ocho vueltas olímpicas que dio en su actual club fueron por esa vía.

Si bien cree mucho en las inspiraciones individuales y se la pasa estimulando a futbolistas como Gonzalo Martínez, Ignacio Fernández, Juan Fernando Quintero, Nicolás De La Cruz e Ignacio Scocco para que busquen el desequilibrio individual, hay una palabra que desconoce: improvisación. Su River es un claro producto de una cultura afín al trabajo semanal y el equipo cuenta con un repertorio de al menos seis jugadas de ataque pergeñadas en los entrenamientos.

Gallardo considera que el fútbol argentino es uno de los más complejos del mundo. En ese sentido, entiende que cada detalle, por ínfimo que sea, puede ser de importancia para que su equipo logre vencer a un rival. Por eso intenta que la formación no se sepa hasta una hora antes del comienzo de los partidos, cuando no le queda otra que dar a conocer la planilla oficial. Por lo demás, y siempre pensando en tratar de conseguir el mejor funcionamiento posible, ensaya movimientos de defensa y de ataque, le da mucha relevancia a las jugadas de pelota parada en ambas áreas, prueba con distintos esquemas tácticos y suele sorprender a los técnicos rivales con planteos o cambios de nombres que sólo él y sus dirigidos saben.

Su cuerpo técnico está integrado por diez personas: dos ayudantes de campo (Matías Biscay y Hernán Buján), cuatro preparadores físicos (Pablo DolceMarcelo TulbovitzCésar Zinelli y Diego Gamalero), una especialista en neurociencia (Sandra Rossi), un entrenador de arqueros (Alberto Montes), un psicólogo (Pablo Nigro) y un videoanalista (Nahuel Hidalgo). También tiene un asistente personal que, con el tiempo, a su vez se transformó en una suerte de hombre de confianza del plantel. Se llama Rodrigo Sbroglia y suele pasar buena parte del día con el entrenador.

Biscay y Buján se encargan de muchos de los trabajos de campo en los entrenamientos. Los días de partido, Biscay va al banco de suplentes junto a Gallardo y Buján lo mira desde el palco o desde la platea –según las comodidades del estadio- para tener una vista panorámica del juego. En su cuerpo médico trabajan los doctores Pedro Hansing y Santiago Spinetta, y cuatro kinesiólogos: Jorge Bombicino (uno de sus principales hombres de confianza), Enrique Confalonieri, Gastón Pandiani y Franco Bombicino. También hay un nutricionista (Marcelo Pudelka), un masajista (Marcelo Sapienza), un jefe de prensa del plantel (Matías Ghirlanda) y tres utileros (Raúl Quiroga, Manuel Tula y Ariel Scarpelli).

En cuatro años de trabajo en River, Gallardo demostró ser un gran estratega para planificar partidos y un hábil gestor de los egos del vestuario: no se conoce la voz de ningún futbolista cuestionando alguna decisión suya o criticándolo. En definitiva, el hecho de que la gran mayoría del ambiente del fútbol argentino lo considere como una de las mejores opciones para dirigir a la Selección, resume el lugar que supo ganarse. Más allá de que él ya dejó en claro que, en medio de la crisis actual de la AFA, prefiere seguir enfocado en su River.

FUENTE: Infobae Deportes

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