La aceptación como boleto a la felicidad

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Mujer. Empoderada. Empleada en la Legislatura de la provincia hace 11 años. Cordobesa por nacimiento y elección. Trabaja por la igualdad de género y por la diversidad sexual. Sociable y tranquila. Sueña con ser legisladora. La identidad fue su gran búsqueda y “Jacqui” su gran encuentro.

Su nombre completo es Jacqueline Muriado, es empleada del archivo legislativo y tiene tras sus hombros mucho más que 29 años: tiene una historia de lucha y de superación que se traduce en la evidencia más certera de que la fuerza de la identidad puede, incluso, con las más crudas adversidades.

Es una mujer trans a la que la condición no la asusta ni la amedrenta, que no la esconde en el silencio de la clandestinidad, sino que la impulsa y la empodera desde la seguridad de que la identidad simplemente es, sin más explicaciones que esa esencia.

Cada mañana, minutos antes de las 11, la Legislatura la ve subir las escaleras hacia el segundo piso. Allí, entre libros y más libros, saluda a sus compañeras y empieza a diagramar su día: busca y organiza leyes y proyectos, atiende al público, colabora en la organización de eventos y se pone a disposición de su coordinadora, Silvia, para asistirla en todo lo que necesite.

Con un trato atento y dedicado, recorre cada espacio del recinto como quien camina por los pasillos de su casa. Todos la conocen y saben que su historia con ese lugar es mucho más profunda que un simple vínculo laboral. Ese lugar, de techos altos y escaleras recurrentes, sabe de sus miedos y sus luchas ganadas, de su recorrido y su transformación que fue, mucho más que física, un camino de aceptación de aquello que verdaderamente era.

Su presente, cuenta, multiplicó con creces la realidad que se imaginaba y que proyectaba años atrás y su trabajo en la Legislatura tiene mucho que ver en eso:

“Trabajar acá es excelente, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Por la condición de una, en relación a mi condición sexual, lamentablemente es muy común que las chicas terminen de otra forma. Hoy puedo decir que estoy bien y eso tiene mucho que ver con mi trabajo; siempre el trabajo dignifica y en mi caso muchísimo más”.

Así, aunque la fotografía de su día a día devuelve una imagen de felicidad plena y verdadera, el testimonio de Jacqui no olvida aquellas otras realidades de tantas chicas que aún no consiguen franquear los límites del prejuicio, presas de barreras culturales y de la indiferencia colectiva.

“En la condición sexual de trans la vida no es fácil. Uno tiene que aprender muchas cosas y pasar por momentos muy difíciles. No es fácil para ellas trabajar en un lugar como una farmacia o un supermercado porque todavía la sociedad sigue condicionándolas respecto a lo que son”.

Sin embargo, está convencida de que la aceptación de la sociedad resulta imposible si no hay, primero, una aceptación personal: la consciencia de que la condición hace a la identidad, la reconoce y la empodera, visibilizando la diversidad como expresión más fiel de cualquier cultura democrática.

En tal sentido, admite que aceptarse a ella misma fue, quizás, más desafiante -incluso- que la idea de ser aceptada: “Cuando yo entré a la Legislatura tenía un nombre y cuando salió la ley me lo cambié. Para mí fue un proceso muy fuerte pero en este ámbito mis compañeros hicieron que eso que era no aceptable por parte mía, o que me costaba aceptar, sea mucho más fácil. Pasar de llamarme de una forma a otra y que mis compañeros, con los cuales estaba todo el día, lo acepten, fue increíble”.

Queda en evidencia, entonces, que la identidad es mucho más compleja que la autodeterminación. Tiene que ver con la definición de un Yo que se significa también en el encuentro con los Otros, que sólo bajo esa definición, cultural y relacional, sale fortalecido bajo la forma de identidades visibilizadas.

“Hoy siento que soy esto, pero no es algo que he conseguido sin esfuerzo y, sobre todo, sin mucho sacrificio”, cuenta Jacqui, dejando ver la emoción en su rostro a través de lágrimas que esconden, o tratan de esconder, el recuerdo de tantos sinsabores.

Fue hace poco más de una década cuando sintió que su felicidad exigía un cambio rotundo y fue ese mismo deseo de plenitud el que le imprimió el coraje necesario para afrontar esa búsqueda: “Me di cuenta de lo que quería ser desde muy chica. Empecé a los 12 años a tener una decisión y una visión diferente de la vida. Y fui avanzando en eso. Costó mucho, como todo. Pero es cuestión de estar segura y de sentirte bien con lo que querés ser”.

A partir de ahí todo fue un descubrimiento y un volver a empezar. Reconstruirse como persona y comenzar a conocerse desde otro lugar, sabiendo que lo que está debajo de la apariencia era lo único invariante en ese camino.

“Lo que más cuesta es lidiar con cómo te miran, la mirada del otro está muy presente desde lo más mínimo como es ponerte un aro o un zapato. Ahora cambió mucho, pero en años anteriores uno se tenía que esconder porque  en ese tiempo era todo muy cruel”.

Así, la vida de Jacqueline Muriado esconde, detrás de la rutina de una vida común, resabios de una intensa lucha que aún hoy libra sus tantas batallas.

Su presente es mucho más de lo que alguna vez imaginó, pero no por ello se priva de seguir soñando. Se proyecta en el futuro como legisladora, ocupando un lugar desde el cual poder cambiar la vida de la gente, trabajando bajo la bandera de la inclusión y la diversidad.

Las grandes historias no siempre hablan de colosales proezas; están también aquellas en las que el valor de las cosas simples hace la diferencia; aquellas que transformando sus propios relatos contribuyen a los grandes giros en la historia grande.

De eso se trata Jacqui, de historias con sentido, de historias donde el mérito es el desafío al destino presupuesto y donde los moldes se rompen ante la irrupción de lo diverso.

Ella seguirá, como cada día hasta ahora, visitando la Legislatura con ganas de cambiar su pequeño mundo; seguirá disfrutando de sus mascotas y sus tardes de domingo; de sus charlas con sus hermanas en los almuerzos familiares; seguirá prefiriendo el color azul y las milanesas con ensalada; pero, sobre todo, seguirá, cuando alguien se aventure a preguntar quién es Jacquiline Muriado, respondiendo que es “una personas sencilla, feliz y trabajadora, que ha luchado mucho por conocerse y aceptarse tal cual es”.

 

 

 

 

 

Informe Especial de Prensa Gobierno de Córdoba

 

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